“¿Ayuda a comprender algo de la situación de Chile y los fenómenos del último tiempo (…) la literatura y las ideas que se acaban de mostrar?” Esa es la interrogante que Carlos Peña elige para cerrar el texto en que se basa este comentario. Obviamente Peña cree que sí, y sostiene además, que sería bueno que los intelectuales y políticos se tomen en serio las claves interpretativas que dicha literatura provee para pensar los fenómenos que pautarán el futuro de nuestra sociedad. Personalmente concuerdo: la literatura reseñada por Peña es útil, aunque insuficiente, para entender el presente y el futuro de Chile.
Discrepo sin embargo de la interpretación implícita que el texto nos propone. La interpretación es solo implícita en mi opinión, porque contraviene lo que Peña enuncia como su propósito último: comprender el presente aquilatando no solo “su lado opaco, pero a la vez su lado luminoso”. El problema es que el texto de Peña endiosa al bienestar objetivo que hace posible y expande la modernización capitalista chilena (“el lado luminoso”), mientras simplifica y subestima las fuentes de “malestar subjetivo” y anomia (“el lado oscuro”) presentes en la sociedad contemporánea. Esa visión simplista del “malestar” se desliza entrelíneas –con tono a veces socarrón– y entre citas numerosas a los prohombres de la filosofía, la sociología y la economía política.
El título de su texto y del libro en que se basa deja claro el sesgo. Se trata más de un artefacto que busca desengañar a los descontentos, situándolos “en su (hoy más digno) lugar” que de un diagnóstico de la situación en que nos encontramos tras tanta y tan exitosa modernización capitalista.((Al leer el texto no pude evitar pensar en un diálogo imaginario entre un oligarca y un nuevo rico, como síntesis del argumento propuesto. Ante la indignación del nuevo rico porque le rechazaron la postulación al club de golf, el oligarca responde: “Por más dinero que tenga, Ud. nunca podrá pertenecer a este club. Confórmese con su estatus de nuevo rico y aproveche todo lo que su dinero puede comprar. A veces, tanta libertad lo hará sentir inseguro. Pero ese malestar refleja que Ud. está mejor. Y por favor intente no venir más por aquí, porque si a Ud. lo dejásemos entrar, deberíamos abandonar el club y hacernos uno nuevo un poco más lejos”.)) Peña busca “iluminarnos”, más que comprender. Y es por eso que el texto ayuda menos que los clásicos que reseña a entender dónde estamos y hacía dónde vamos. Para comenzar a entender mejor, me parece apropiado esbozar al menos tres observaciones relativas a la anatomía del lado oscuro.
Primero, pienso que Peña comparte con aquellos que soterradamente critica (aquellos indignados con la inmoralidad del lucro y el abuso y dados a la liturgia carnavalesca) el argumentar que la fuente del descontento es única y casi universal. El problema es que la individuación que ha traído consigo la sociedad moderna fragmenta y atomiza la experiencia social. El dinero puede ser uno solo, pero significa cosas diferentes para distintos grupos. Para varios, el dinero fue un préstamo y hoy es una deuda. Para otros, el dinero es de lo que se encargan el family office y los tributaristas. No hay un descontento, los descontentos son múltiples. Y es la desigualdad objetiva y subjetiva de las experiencias de vida bajo la modernización capitalista, la que los ambienta. Tampoco son todos descontentos derivados de la situación económica objetiva o de trayectorias de movilidad social, hay de todo.((Desde el nuevo rico endeudado por el consumo de bienes aspiracionales, al que puso todos sus ahorros para comprar la casa propia en lo que luego descubrió era una zona de sacrificio ambiental. Desde quien después de años de trabajo se desayunó con la tasa de reemplazo de las AFP, a quienes protestan contra la dominación patriarcal y siglos de abuso de poder. Desde quienes en una población deben salir a las cuatro de la mañana a ver si consiguen número en el consultorio de su barrio y deben pagarle un peaje a los patos malos de su pasaje, a aquellos que descubren en el narco nuevos canales de contestación y movilidad social. Están, los que creen que aún después de Catrillanca se necesita más Comando Jungla, y quienes creen que el Plan Araucanía se queda muy corto. También quienes votan con furia, y aquellos que en cambio deciden irse a la playa el feriado de la elección. Mientras tanto, otros reaccionan a la “ideología de género” y se refugian en referentes religiosos que prometen la salvación ante tanto relajo. Y otros tantos, piensan que los inmigrantes son quienes tienen la culpa de la falta de trabajo. También están los taxistas que ven tambalear su empleo porque el estado no ha podido regular a Uber, plataforma ilegal que da trabajo a desempleados y a inmigrantes por igual. Otros, decidieron salirse del taco y se volvieron fundamentalistas de la bicicleta. Pero todavía hay quienes deben combinar dos micros y un metro para llegar, a las dos horas, a servir por un poco más de lo que les cuesta pagar el transporte hacia la casa de dos jóvenes que se pasan yendo a marchas para protestar contra el lucro. Por supuesto también están los ambientalistas, enfrentando los proyectos de empresarios que mientras tanto se quejan de que con tanto descontento y protesta, ya no hay seguridad jurídica ni condiciones de inversión. La lista de descontentos con algo es infinita y crecientemente irreductible a las claves de la política institucional.))
Segundo, la atomización de la experiencia social vuelve muy difícil la movilización política en clave liberal-democrática. Si cada uno vive su vida individualmente, ¿cómo articular entonces coaliciones políticas estables y suficientemente amplias, para orientar la acción política? En una sociedad sin bienes públicos, y en que la individuación de la experiencia se potencia, la política se diluye y los tiempos políticos se comprimen. Cada uno puede buscar sentido en la radicalidad de su causa, sin pensar que tiene que negociarla y articularla con las de otros. La respuesta desde la política es movilizar por la negativa a los descontentos, en base a eslóganes tan fáciles como polisémicos. Gana quien logra movilizar segmentadamente (de a uno) a una coalición amorfa de descontentos con algo.
Esto es propio de los tiempos que corren a nivel global. No es sorprendente que personajes otrora inelegibles, hayan ganado elecciones recientemente en esta clave. Hoy es más fácil ser electo, que gobernar. Y esto sucede porque las coaliciones de descontentos solo cristalizan electoralmente, pero no en el entramado social (en esto reside una diferencia fundamental que Peña no considera entre un equilibrio de oferta y demanda posibilitado por el dinero en un mercado de bienes, y el equilibrio inestable que generan las coaliciones de descontentos la noche de la elección).
No, la lógica de la política no es asimilable a la de un mercado, ni puede analizarse solo en base al dinero y lo que aquel puede comprar. A este respecto, entre tanta referencia, Peña deja de lado trabajos sumamente influyentes que hoy critican, por simplistas, las visiones neoclásicas sobre el dinero y su rol en motivar a los individuos. Esa bibliografía no puede ser ignorada en un argumento como el que busca avanzar Peña, porque muestra que los incentivos económicos (monetarios o materiales) pueden ser contraproducentes a la hora de fomentar comportamientos cooperativos. Y esos comportamientos, aunque Peña los subestime, son clave para el funcionamiento de una sociedad democrática y de mercado.1 Esto último da lugar al tercer punto.
Tercero, la movilización electoral del descontento puede derivar en desbordes institucionales. Polanyi ve en la profundización del libre mercado la raíz del fascismo porque entiende que los mercados clave que posibilitan el funcionamiento del liberalismo de mercado están institucionalmente empotrados. Cuando el descontento desborda las instituciones clave del orden liberal, cuando las sociedades no logran articular preferencias y canalizar institucionalmente la acción colectiva, la democracia electoral y el mercado tambalean. Por esta vía, la modernización capitalista y el individualismo bien pueden derivar en fascismo (o “populismo”). El estado de cosas en el mundo de hoy nos recuerda que no hay teleología o fin de la historia; lamentablemente, la historia es cíclica y las sociedades recurren, en patrones que ilusoriamente, desde el triunfalismo ingenuo, nos parecen propios de un pasado pre-moderno. Y como señala Hirschman, los ciclos de orientación privada (a lo individual) son usualmente seguidos de ciclos de orientación hacia lo público.
A modo de cierre, permítaseme volver a la pregunta de Peña. ¿Es la lectura que nos propone un buen heurístico para pensar los tiempos que corren? Luego de la primera vuelta de 2017, fueron varios los analistas y políticos que argumentaron que la tesis que Peña avanzaba en su libro estaba errada. ¿Cómo explicar con ella la irrupción del Frente Amplio, por ejemplo? Luego de la segunda vuelta electoral, otros tantos resarcieron la tesis de Peña. ¿Cómo explicar la abultada diferencia lograda por Piñera? En mi opinión, la tesis no es solo errada sino infalsable. Tanto para la primera vuelta, como para la segunda, pueden pensarse múltiples factores que la sostienen y otros que la refutan. Esto, porque aunque posee el mérito de la elegancia y la simpleza, la tesis propuesta por Peña solo refiere a uno –seguramente el más estridente–de los múltiples descontentos que hoy conviven en la sociedad chilena. La atomización de la experiencia individual que ha traído consigo el proceso de modernización capitalista al que alude el texto y la endeblez de las coaliciones electorales que hoy pueden fraguarse y sostenerse, vuelven aquella tesis sumamente parcial e incompleta. Y por tanto, la hacen más conveniente para la acción política, que para su análisis.
- Me refiero a trabajos seminales como el de Bruno Frey (Not just for the Money, 1997) y a la extensa bibliografía sobre motivaciones extrínsecas e intrínsecas. Entre muchos otros, también pueden verse las contribuciones de Elinor Ostrom, Samuel Bowles y Herbert Gintis, Ernst Fehr, o Jean Tirole y Ronald Benabou. [↩]