Invitado a comentar el ensayo “Lo que el dinero sí puede comprar” de Carlos Peña, resumen de su libro con el mismo título, lo hago en un plano no de un análisis exhaustivo sino desde una perspectiva personal que toma en cuenta sólo los aspectos que a mí me parecen más importantes destacar para un debate. Parto señalando que esta perspectiva, es la pregunta, con base en las ciencias sociales y con la mirada de un pensamiento de izquierda, por el aporte que se haga a la construcción de un proyecto de transformación de la sociedad. Por supuesto que ésa no es la perspectiva de Carlos Peña ni en su libro ni en su artículo, pero en la medida que en diversos párrafos de este último, el autor se pregunta por la relación entre su planteamiento conceptual y la sociedad chilena de hoy, parece adecuado analizarlo desde esa perspectiva. Tanto esta razón como el espacio disponible que obliga a plantear temas sin toda la fundamentación y argumentación necesarias, me hacen imposible un análisis completo del texto.
Partamos señalando que el artículo, aunque no hace justicia al libro, tiene las cualidades de casi todos los trabajos de Carlos Peña, (y digo casi todos porque en al menos dos ocasiones en mi opinión ha sido más que el intelectual público reconocido, un portavoz, aunque no fuera su intención, ya sea de las visiones de El Mercurio cuando atacó el discurso de Bachelet sobre el proceso constituyente o de intereses corporativos cuando criticó la reforma de la educación superior). Estas cualidades son la claridad, elegancia y rigurosidad de la argumentación y exposición, la sólida fundamentación bibliográfica y el aporte al debate público desde una perspectiva con base en la reflexión e investigación académicas.
Sin embargo, creo que el último aspecto, su aporte al debate público se ve limitado esta vez por esa obsesión actual de grandes intelectuales liberales en nuestro país (como es el caso suyo y, por ejemplo, de Arturo Fontaine, por ejemplo, en su excelente ensayo sobre el también excelente libro reciente de Patricio Fernández sobre Cuba ) de poner como centro de todas la cuestiones la apología del mercado y no preguntarse con la misma fuerza por las serias restricciones que la expansión ilimitada de éste puede generar tanto en la construcción de una sociedad democrática como en los procesos de subjetivación a los cuales alude en su artículo y que en gran parte dependen del sentido y profundización democráticas. A mi juicio hay aquí una deriva necesariamente conservadora, más preocupada de defender algo atribuyéndola sólo bondades que ver las posibilidades de mejoramiento y transformación. Todos sabemos que el dinero y el mercado son hoy indispensables en nuestras sociedades, ¿para qué insistir en esto, salvo para enfatizar que parece ser lo único indispensable? ¿Por qué no preocuparse del poder indebido qué pueden adquirir y cómo impedir que ese poder destruya la democracia y los procesos de subjetivación?
En el plano conceptual, aunque aparezcan matices aquí y allá, hay en el texto la tendencia a la identificación entre modernidad y mercado, al que citando diversos autores, se le hace ver como el principal o único desanclaje de las posiciones y relaciones sociales y como el lugar privilegiado de la subjetividad reducida al mundo de preferencias. Hay aquí una visión unilateral de la modernidad, confundida con modernización y con racionalidad instrumental como lo es el mercado. El mercado y el dinero no definen la modernidad y pueden producir desmodernidad en la medida que determinen unilinealmente la subjetividad y los procesos de subjetivación, es decir que impidan la constitución de sujetos al identificar a éstos solamente como portadores de preferencias, las que dependerán siempre de procesos de socialización, de montos de recursos o dinero, o de maquinaria publicitaria. Si la modernidad es básicamente la afirmación en una sociedad de la capacidad de todos y todas de ser sujetos, el mercado es sólo un instrumento potencial y no principio constitutivo de la modernidad. Tanto la racionalidad (emancipatoria e instrumental), la subjetividad (pulsiones, emociones, identidades) y la memoria (como tradición y como memoria histórica), son todas ellas, sin que ninguna pueda estar ausente, vertientes de constitución de sujetos y por lo tanto de modelos de modernidad diferentes. Por ello, atribuirle al mercado el papel principal del desanclaje (recordemos que el Estado moderno para muchos es también un mecanismo que desancló relaciones sociales respecto del poder de las familias y la religión) es olvidar que tanto el mercado como el Estado también generan nuevos anclajes que impiden los procesos de subjetivación. Si con algo se identifica lo que llamamos sociedad moderna es con los derechos de todos los seres humanos a ser sujetos en ella, es decir la modernidad es la afirmación de los sujetos como portadores de derechos sin los cuales no pueden realizarse como tales. No es en el mercado, donde actúan básicamente fuerzas y poderes que pueden debilitar y distorsionar a los sujetos, donde se encuentra el núcleo central de la subjetivación y la individualización, aunque nadie duda que pueda contribuir a ello. Todo lo anterior hace que hoy día hablemos menos de modernidad y más de modelos de modernidad o de modernidades múltiples que combinan racionalidad, subjetividad y memoria histórica y en los que el mercado juega diversos papeles, en algunos contribuyendo a la expansión de los sujetos, en otros limitándolos o hasta destruyéndolos, lo que obliga a evitar el mesianismo de mercado que a veces transparenta el texto que comentamos
La consecuencia del sesgo que señalamos en el artículo es la ausencia en el análisis del fenómeno político como constitutivo de la sociedad y la modernidad. Es en esta dimensión que las sociedades resuelven problemas que el mercado no puede resolver y por ello debe estar por encima de él. Es indudable que hoy lo político como el campo en que se cristalizan los derechos de los sujetos aparece escindido de la sociedad. Pero esta cuestión esencial a resolver para la sobrevivencia de la vida en común no encuentra su solución en la expansión del mercado a todas las esferas de la vida social. Llama la atención que lo que no se analiza es el problema de lo político y por lo tanto de la democracia para organizar el poder en la sociedad. Si son las preferencias individuales expresadas en el mercado lo que la política debe asegurar, ello lleva a descartar lo propiamente político: organización, conflictos y luchas en torno a proyectos de sociedad que permiten a los individuos reflexionar más allá de lo que, espontáneamente y también producto de publicidad, sienten como necesidades (y no me refiero a la distinción criticada en el artículo entre necesidades verdaderas y falsas necesidades) y expresan como preferencias.
La situación de Chile es esbozada a partir de los lineamientos más teóricos del artículo en términos de lo que se considera el fenómeno principal de las últimas tres décadas consistente en los cambios dramáticos en las condiciones materiales de vida de los chilenos y chilenas, que hacen brotar nuevos grupos medios, si bien más autónomos y prósperos, también experimentando “las incertidumbres y desasosiegos de la libertad y la individualización”, lo que estaría en la base del malestar y de expresiones con “tinte carnavalesco” de tiempos recientes. Este fenómeno sería la clave de la política de los próximos años. De nuevo veo aquí un cierto reductivismo de la sociedad a los problemas de mercado y del acceso a él y la no consideración que el problema de la sociedad chilena es el de su constitución, (no sólo un texto legítimo), como sociedad en términos de un consenso y social fundamental, producido por un debate entre sujetos – y no solo entre elites y poderes fácticos, o por resultados coyunturales de mercado o de procesos electorales con baja participación- sobre el modo en que se quiere vivir. La desvalorización que ha hecho el autor por ejemplo del proceso constituyente impide reconocer que éste es el problema principal de la sociedad chilena.
En síntesis, junto con valorar un trabajo riguroso, coherente, erudito, y pudiendo parecer una crítica en solo dos páginas, cabe insistir en que ya no es necesario seguir intentado legitimar el mercado y el dinero, como si la sociedad se redujera o sintetizara en ellos, sino que la clave es la discusión y el acuerdo sobre cómo la sociedad puede controlarlos y limitarlos, para que más allá de su expansión, se asegure la expansión de los sujetos y la profundización democrática de una sociedad, la que no será nunca la suma de las preferencias individuales, por importantes que éstas sean. Y en eso consiste la política como tema central de hoy y del futuro.