“La violencia juvenil precipita una doble extroversión: pone sobre la mesa (estira sobre la ciudad) la transversalidad del abuso como elemento dominante en la sociedad; y replica la violencia implícita en el abuso mediante esa otra violencia explícita en la confrontación.” Así nos plantea Martín Hopenhayn una manera de ver estas nuevas expresiones de violencias ocurridas desde Octubre del año pasado.
Por un lado, creo que habla el filósofo de una violencia internalizada y vivenciada como un malestar difuso y transversal, difícil de contener y circunscribir, pues emana de distintas prácticas que no permiten su clara definición. Por otro lado, pienso que habla también de una violencia responsiva o reactiva, que busca enfrentarse entonces a esa ‘bestia’ sin nombre ni definición que es el abuso continuo en la sociedad que oprime a estos/as jóvenes. Un tipo de violencia a través de la cual la juventud, desde un lugar percibido como injusto, buscaría recuperar, de alguna manera, algún tipo de poder o voz que le permita instalar un discurso alternativo donde el malestar se materialice, se vuelva real (al estirarse por la ciudad) y pueda así ser disputado. Quiero partir entonces preguntando ¿habrán las juventudes, en su rebeldía, buscado resignificar esa violencia que convive cada día con ellos y ellas en otra más visible y difícil de ignorar?
Fraser (1998) plantea que las personas necesitan sentir que la redistribución de recursos en la sociedad es justa. Pero esta autora apunta también a la necesidad de reconocimiento y participación como pilares fundamentales de las percepciones de justicia y legitimidad de un sistema en un determinado contexto. Si nos enfocamos en el adultocentrismo característico de la sociedad actual y analizamos la falta de reconocimiento de las juventudes, además de no permitirles o por lo menos facilitarles la participación social y política, ¿estaremos entonces abriendo la puerta a las violencias? O ¿podemos encontrar otras razones para las expresiones de violencia vistas en las calles chilenas desde el año pasado?
La legitimidad del sistema político, social y económico, con sus lógicas de poder, es algo que se cuestiona hace varias décadas y desde distintas partes del mundo, sobre todo porque se reviste de mecanismos y estrategias que mantienen el mismo sistema de oasis-abuso que tan bien explica Martín Hopenhayn en su ensayo. Esto no es único en Chile, en América Latina, ni en otros países con democracias liberales. En años recientes, hemos visto distintas erupciones de violencia, las cuales se enmarcan en procesos difusos y abstractos que, repito, demuestran un malestar, un descontento con el estado de las cosas. Pensemos en las protestas pro-democracia de Hong Kong, el movimiento #BlackLivesMatter y varios otros contextos en que han sido las juventudes las que impulsan la visibilización de distintos problemas sociales y logran movilizar otras generaciones sumando sus demandas.
En Chile, para las juventudes, la violencia se entiende probablemente como un síntoma y efecto de los problemas sociales más patentes en Chile – la injusticia y la desigualdad – que si bien no son nuevos, tienen su máxima expresión gracias a este potencial movilizador que permite la tecnología y la globalización del conocimiento y las experiencias. Creo que la violencia, para las nuevas juventudes, ya no es solamente un recurso último, proveniente de la mentalidad del “nada que perder” (Saab et al, 2016), si no que es parte de nuevos repertorios de acción donde conviven los actos violentos, las protestas pacíficas, los rayados y expresiones artísticas, entre otros. Es decir, es uno más de los diferentes instrumentos considerados legítimos para instalar una inquietud cuando lo crean necesario. Otra manera de cuestionar el sistema, las promesas fallidas de distintas generaciones, devenidas y por devenir.
Es aquí donde volvemos a la pregunta de Martín Hopenhayn sobre la legitimidad de esta violencia, la contracara del abuso, como postula, y si realmente podemos justificar distintos actos como un mecanismo legítimo de protesta. Si bien la discusión de los últimos meses se ha centrado en “condenar la violencia venga donde venga”, es cierto también que los distintos actos y niveles de violencia en la sociedad chilena no son condenados con la misma energía, sobre todo por las autoridades. Entonces, vuelve ese círculo vicioso donde la vía violenta recobra peso y se legitima en si misma. Es decir, es este mismo sistema el que permite su legitimación al menospreciar algunas violencias, sobre todo las estructurales en función de otras, como la violencia expresiva que hemos podido testimoniar desde el año pasado.
Si el mito del oasis y de la meritocracia se derrumba y las percepciones de justicia y legitimidad del sistema están por el suelo para las nuevas juventudes, ¿cómo pueden entonces estos/as jóvenes reivindicar un poco más de espacio y voz – tanto política como social – en un oasis donde el abuso es la única arena conocida y donde el agua no asoma nunca a la superficie? Podemos quizás entender esta violencia de las nuevas juventudes como la sobrevivencia dentro de un modelo que de por si ya coartó otras posibilidades de resistencia.
Referencias:
Fraser, N. (1998). Social justice in the age of identity politics: redistribution, recognition, participation. (Discussion Papers / Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung, Forschungsschwerpunkt Arbeitsmarkt und Beschäftigung, Abteilung Organisation und Beschäftigung, 98-108). Berlin: Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung gGmbH. https://nbn-resolving.org/urn:nbn:de:0168-ssoar-126247
Saab, R., Spears, R., Tausch, N., & Sasse, J. (2016). Predicting aggressive collective action based on the efficacy of peaceful and aggressive actions. European Journal of Social Psychology, 46(5), 529-543.
Shnabel, N., & Nadler, A. (2008). A needs-based model of reconciliation: Satisfying the differential emotional needs of victim and perpetrator as a key to promoting reconciliation. Journal of Personality and Social Psychology, 94(1), 116–132.
Van Stekelenburg, J., & Kalndermans, B. (2013). The social psychology of protest. Current Sociology, 61, 886-905.