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Valentina Verbal
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¿Qué es el Neoliberalismo?
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La aproximación a la historia, incluso a la historia todavía en desarrollo, suele requerir de ciertas categorías de análisis que ayudan a descifrar las claves esenciales de una determinada época o proceso. Es lo que, por ejemplo, ocurre con la categoría “imperio” con relación a la expansión europea en las Américas y que supuso la formación del llamado “mundo atlántico”. Sin embargo, también puede darse el fenómeno contrario: que existan algunas categorías que oscurezcan más bien que iluminen la comprensión de un determinado objeto de estudio. Me temo, como expresaré más abajo, que esto ocurre con la categoría “neoliberalismo” y, más específicamente, con el uso que de ella hace Casals en su ensayo.

En primer lugar, el autor señala que lo que pretende hacer no es definir el neoliberalismo, “sino más bien partir del análisis de su trayectoria histórico-conceptual”. Pero, paradojalmente, hacer esto supone la existencia de una definición-marco que se posee en el presente para contrastarla con las diversas acepciones que, a lo largo del tiempo, el concepto estudiado ha ido adoptando. Esto es así porque la historia siempre implica una conversación entre el historiador del presente y los protagonistas del pasado (o del mismo presente en desarrollo) que el primero está estudiando. Pero, además, y aunque se abandone la pretensión de una definición propia (cuestión imposible, ya que ella siempre se asoma entrelíneas), hacer historia conceptual requiere revisar las definiciones que los protagonistas del tiempo histórico estudiado han dado. Más que hacer esto, lo que hace Casals es nombrar a algunos de los que, supuestamente, han utilizado el término neoliberalismo, pero sin ahondar en demasía en la forma en que ellos lo han entendido, y cómo lo han utilizado en sus experiencias vitales, intelectuales o políticas. A decir verdad, Casals sí aporta alguna luz en el caso de Alexander Rüstow, quien entendió el neoliberalismo como punto medio entre el liberalismo decimonónico y el socialismo. Esta parece ser una definición plausible.

¿Pero qué ocurre con las otras fuentes que refiere en su texto? Por ejemplo, sostiene Casals que el concepto habría comenzado a desarrollarse en Chile con el protagonismo de los Chicago Boys en la creación de las políticas de liberalización económica impulsadas por la dictadura militar, y que califica de “reingeniería social”. Pero, amén del hecho de que los Chicago Boys nunca han usado el concepto, ¿puede sostenerse que lo que hoy se entiende por neoliberalismo se correlaciona con lo que ellos realmente hicieron? ¿Fue en verdad tan radical la desregulación económica impulsada por los Chicago cómo para hablar de neoliberalismo? ¿Puede decirse que la libertad de precios (por ejemplo, para el pan y el calzado) constituye una política neoliberal? La verdad es que lo que se hoy se llama neoliberalismo no surgió en Chile en 1973, sino en 1811 con el decreto a favor de la libertad de comercio, impulsado por la Junta de Gobierno que lideraba Juan Martínez de Rosas.

Luego Casals refiere a Mario Góngora, quien sí utilizó expresamente el término y no solo eso: aportó una elaboración sobre el mismo desde la crítica, precisamente a los Chicago Boys y a los pensadores que supuestamente los habrían alimentado en términos intelectuales: Milton Friedman y Friedrich Hayek. Sin embargo, pese a que Casals explica someramente la tesis de Góngora, según la cual el Estado crea la nación, y de que el régimen militar habría impedido este proceso, no ahonda en las razones más de fondo desde las cuales Góngora rechaza tan duramente lo que entiende por neoliberalismo. Por ejemplo, ¿de qué modo caracteriza a Friedman y Hayek? ¿Se corresponde esta caracterización realmente con el pensamiento de esos autores, o se trata más bien de una caricatura, elaborada sin un mayor conocimiento de las obras que escribieron? Pero, además, Casals no se refiere a las conexiones entre Góngora y los intelectuales que le siguieron en la línea de elaborar el neoliberalismo como una representación de lo que se rechaza.

Lo anterior resulta curioso, porque no es descabellado concluir que Góngora ha sido algo así como un “padre intelectual” de los autores que luego han usado el concepto neoliberalismo para criticar el modelo económico vigente en Chile; no solo durante la dictadura, sino sobre todo durante los vilipendiados “30 años”. Me refiero a Tomás Moulián, Renato Cristi, Carlos Ruiz Encina, Fernando Atria, Alberto Mayol, entre muchos otros, incluyendo también a autores de derecha, como Hugo Herrera y Daniel Mansuy. ¿En qué consiste la paternidad de Góngora? ¿Qué dijo el historiador sobre el neoliberalismo? ¿Por qué podría sostenerse (lo sostengo yo) que el estallido del 18 de octubre de 2019 dio cuenta de un triunfo intelectual, post mortem, de Góngora? Estas son algunas preguntas que, al hacer historia conceptual, Casals podría haber respondido. Y, sobre todo, considerando que, como así lo han señalado varios autores (como Javier Fernández Sebastián), la historia conceptual tiende a dar cuenta de “guerras de palabras”. Y sobre todo en momentos de crisis o de revoluciones.

El segundo problema del texto propuesto es que no desarrolla una crítica al neoliberalismo ni como categoría de análisis ni, tampoco, como arma de combate arrojadiza, sobre todo por parte de intelectuales y dirigentes políticos de izquierdas. Y no solo de la llamada “izquierda radical”, representada en el Frente Amplio y el Partido Comunista, sino incluso también en la izquierda que formó parte de la Concertación de Partidos por la Democracia en el periodo 1990-2010. ¿Ha sido el neoliberalismo una útil herramienta de análisis en la academia? ¿No se ha abusado del término para describir tantas cosas (como él mismo Casals reconoce) que, al final del día, se termina convirtiendo en un significante vacío? ¿No ha sido, más bien —ahora pensando en su uso político—, una suerte de enemigo imaginario que ayuda a la construcción de esa relación amigo-enemigo a la que instan autores como Chantal Mouffe y Ernesto Laclau? Y, sobre todo, también en el terreno político, ¿le ha resultado útil a la misma izquierda el concepto en cuestión para pensar un “horizonte post-neoliberal”, a cuyo objetivo el mismo Casals confiesa adherir?

No se trata de preguntas retóricas; se trata de preguntas que podrían haber sido respondidas, sobre todo considerando que el ensayo aquí comentado se adentra en el terreno político, en la posibilidad/necesidad de superar el orden neoliberal. Pero no se hace ninguna referencia a los intelectuales que han intentado hacerlo, como los mencionados más arriba. Habría sido fructífero, además, que Casals hubiese hecho una autocrítica del uso y abuso que del concepto neoliberalismo ha hecho la izquierda en Chile, especialmente la radical. Habría sido también útil que Casals exprese, aunque sea en unas pocas líneas, en qué consiste ese horizonte post-neoliberal. ¿Se trata del régimen de lo público propuesto, desde hace varios años ya, por Fernando Atria? ¿O está ese horizonte bien representado en la propuesta constitucional fallida de 2022?

La verdad sea dicha: la izquierda chilena (y mundial) carece de una alternativa a un orden social y económico en buena medida basado en el libre mercado. Aunque el siglo XXI parezca haber dicho lo contrario, con la emergencia de nuevos proyectos de izquierda (como Podemos en España, o el Frente Amplio en Chile), no se avizora, precisamente en el horizonte, una alternativa real al neoliberalismo. La irrevocabilidad y persistencia del neoliberalismo quizás no sea obra del mismo neoliberalismo y de los autores que, real o presuntamente, lo defienden, sino, paradojalmente, de la izquierda que, hechizada por su propia arma arrojadiza, ha terminado incluyendo hasta la socialdemocracia dentro del concepto.

Por otra parte, no resulta inverosímil afirmar que el discurso antineoliberal no sea más que un revival del antiliberalismo como tal; antiliberalismo que caracterizó al periodo entre guerras y que tuvo en los fascismos de diversas ramas a sus protagonistas principales. No por nada, se da hoy la paradoja que la izquierda beba de las aguas intelectuales de Carl Schmitt, un pensador nazi y vehemente opositor a la democracia liberal. Igual que Góngora, un autor que, dicho sea de paso, más que en el conservadurismo (como señala Casals), cabe insertarlo en el fascismo católico, de raigambre española. Así las cosas, no se aprecia en el ambiente político e intelectual de la izquierda radical una propuesta seria para superar el neoliberalismo. La justificación de la violencia política en la que dicha izquierda ha incurrido, ya de manera sistemática, así como su adhesión a una democracia asamblearia, identitaria y corporativista (otra vez aparece el fascismo) no tienen nada de constructivo ni de edificante. Por el contrario, solo ofician como medios de debilitamiento de la democracia representativa y caldo de cultivo para el surgimiento, a modo de reacción, de la extrema derecha, también identitaria.

Lo cierto es que la izquierda radical ha dilapidado en un brevísimo espacio de tiempo todo su capital político a causa de esas adhesiones. Con ello, también ha roto el encantamiento con el que, en algún momento, logró captar el apoyo de la ciudadanía. Esa misma ciudadanía, que ha tenido que padecer en carne propia, primero, las consecuencias de los coqueteos de esa izquierda con la violencia política y, luego, su ineptitud para gobernar; ineptitud que, dicho sea de paso, tiene que ver con la concepción pre-smithiana de la economía de la que ella misma se precia. Piénsese en los argumentos en contra del TTPP11 o a favor del retorno a la sustitución de importaciones. Así las cosas, esa izquierda no solo carece de un proyecto político alternativo al neoliberalismo, sino que no parece estar en condiciones de aportar a la política nacional nada más que caos, desorden y pobreza. Mientras tanto, la ciudadanía va comprendiendo que, quizás y después de todo, el neoliberalismo no era tan malo como anunciaban los profetas de la izquierda radical.