La historia de las ciencias sociales está cargada de conceptos que escapan de los estrechos márgenes de la academia donde fueron acuñados, son recogidos por la opinión pública y cobran una vida propia cargada de sentimientos y valoraciones que pueden o no tener relación con la idea inicial. Uno de los ejemplos más conspicuos de las últimas décadas es el concepto de “neoliberalismo”: concepto clave para delimitar, identificar, y -diría, además- comprender un período histórico que va aproximadamente desde la década de 1970 en adelante, pero también igualmente resistido y renegado -dejo explícitamente abierto su fin por motivos que quedarán claros más adelante. Debido a la proliferación de definiciones, a la aparente falta de especificidad del término, y a la masificación de su uso “vulgar” a manos de los críticos de la economía de mercado, hay no pocos académicos que han planteado su inutilidad para efectos de la comprensión y análisis social y en consonancia, han propuesto su abandono. En cambio, en línea con una serie de autores de diversas disciplinas entre los que me incluyo,[1] Marcelo Casals convoca a no deshacerse del concepto o sustituirlo por uno nuevo, sino a “aportar en el debate sobre los significados y trayectorias del neoliberalismo”, particularmente a partir del “análisis de su trayectoria histórico-conceptual” (y habría que añadir, situada), a partir de la revisión de “las condiciones en las cuales el concepto fue acuñado y resignificado” tomando como punto de partida el caso chileno como caso típico: allí donde el neoliberalismo habría nacido -y donde debiera ver su fin según la consigna surgida en 2019.
El objetivo del texto no se agota en el ejercicio genealógico, sino que implica un esfuerzo por cuestionar los límites del orden de cosas actual; límites que van desde los sucesos relacionados al estallido social de 2019 en Chile, pero que se extienden hacia atrás y hacia delante de aquellos; límites que -¡por qué no!- incluyen también a los cambios globales a raíz del (re)surgimiento de la ultraderecha, la pandemia del covid-19 y la guerra ruso-ucraniana. En efecto, aun cuando vapuleado una y otra vez, en todos estos casos ha surgido la pregunta por el neoliberalismo, su posible muerte y superación, si lo que estamos observando es aquel período tantas veces evocado a través del interregno gramsciano y los demonios a los que hace alusión, o si estamos más bien ante una reconfiguración (¿mutación? ¿hibridación?) aún más horrífica del mismo. La invitación que hace Casals es, por tanto, no sólo relevante académicamente sino también necesaria para pensar los tiempos que corren y las opciones que tienen las fuerzas progresistas en un escenario en movimiento.
Resulta llamativo, entonces, que el texto no responda explícitamente a la pregunta que el mismo se hace en su título: “Qué es el neoliberalismo”. Nos plantea, a cambio, la posibilidad de densificar el concepto a partir de una reconstrucción genealógica que permitiría “dejar de lado por un momento la falta de consensos mínimos que muchas veces obstaculizan un debate transversal”. A mi juicio, si bien la reconstrucción levanta varios puntos clave, a ratos la falta de una sistematización conceptual hace difícil extraer de dicha genealogía y de la densidad histórica de la experiencia chilena, aquellos elementos que permitirían justamente el tipo de reconstrucción conceptual que haga inteligible los límites que Casals nos propone evidenciar.
A diferencia de lo que plantea el texto, creo que el neoliberalismo no puede verse como una respuesta local a un problema local (o a lo más, latinoamericano) de “crisis celular”, como plantea citando a O’Donnell. De hecho, el mismo O’Donnell construyó su trabajo académico partiendo de la experiencia argentina, pero reformulándola como parte de una pregunta más grande sobre la modernización capitalista y su relación con la democracia, y sobre la variedad de experiencias a que la resolución de esta problemática da origen. Me parece, siguiendo esta idea, que no se trata de oponer una definición del neoliberalismo basada en la experiencia chilena a otra basada en la historia de las ideas globales, sino de comprender cómo es que ambas se co-constituyen en el marco de una cuestión más grande que, dicho sea de paso, parece inscribirse justamente en la misma historia que marcaba O’Donnell de la relación entre el capitalismo y la democracia.
Entonces, ¿qué elementos comunes tiene el neoliberalismo de la dictadura chilena con aquel de las dictaduras del cono sur de América Latina de los años setenta, con el Thatcherismo de los años ochenta o los gobiernos democráticos de la Europa del Este post caída del muro de Berlín? En el caso chileno, ¿qué tiene en común la ortodoxia monetarista de los años setenta y el aislamiento de un grupo de tecnócratas en los puestos de decisiones, con el pragmatismo de los años ochenta en manejo monetario, promoción industrial, y la consulta ampliada a las principales asociaciones empresariales de la época, y con el “neoliberalismo con rostro humano” de la Concertación post-dictadura y los gobiernos posteriores?
Casals plantea una posible respuesta, pero que sin embargo apunta a dos distintas definiciones del neoliberalismo. Se plantea, en relación a las reformas de los setenta en Chile, que “[e]n diferentes dosis, todas esas áreas fueron entregadas al mercado, en especial a los grandes grupos económicos que ya se habían visto beneficiados con las opacas privatizaciones de empresas del Estado.” La fórmula es tan repetida que parece banal pero no lo es, y merece ser estudiada con detención pues se mencionan dos condiciones que no necesariamente van juntas: por un lado, aquello de “entregar al mercado” diversas áreas de política pública; por otro, identificar con “el mercado” a los grandes grupos económicos. Según la primera, el neoliberalismo sería el intento por construir mercados eficientes en todas las áreas posibles o hacer de la sociedad una utopía liberal de mercados libres y consumidores siguiendo señales de precios; según la segunda, el neoliberalismo sería el intento por dejar cada vez más áreas de la política pública -a la sazón, del Estado, y por qué no, de la sociedad-, en manos de las empresas privadas.
Estas dos posibilidades responden, precisamente, a dos de las más concurridas definiciones del neoliberalismo -al menos entre aquellos que ven valor en el concepto. Mientras la primera definición ha llevado a entender al neoliberalismo como un proyecto intelectual y concentrar el análisis en el origen y difusión de las ideas neoliberales en el mundo, sus portadores y las diversas formas por las cuales ha adquirido una suerte de hegemonía ideológica, la segunda ha llevado a entender al neoliberalismo como un proyecto político, y a concentrar el análisis en los actores que lo hacen posible, sus intereses y las maneras en que han logrado institucionalizar su poder -político y económico- en la sociedad.
Dos observaciones del texto de Casals me llevan a profundizar sobre la segunda, que es la que he privilegiado en mi propio trabajo. En primer lugar, Casals nos habla de las condiciones de posibilidad del neoliberalismo, que citando a Gunder Frank y a Orlando Letelier, sitúa en el autoritarismo y el terror de Estado de la experiencia chilena. Por supuesto, no todas -aunque sí varias- experiencias neoliberales en el mundo se introdujeron a través del terror de Estado. La mayoría de ellas, sin embargo, se introdujeron gracias a diversas limitaciones a una democracia plena -por ejemplo, a través de aislar a los reformadores de las presiones sociales, de incrementar los poderes ejecutivos y el de actores de veto no electos, de reducir a la oposición política a través de diversas vías institucionales, o incluso de sustraer ciertas áreas de política pública de la deliberación. Esto nos lleva más allá de la pregunta por la instalación del neoliberalismo, y decididamente por la segunda, a mi juicio más relevante para el problema que nos convoca, aquella acerca de su reproducción. Vuelvo sobre este punto más adelante.
El segundo punto que permite avanzar hacia la definición de neoliberalismo es la mención que hace Casals de Góngora y una aparente contradicción: mientras el neoliberalismo se plantea liberar a las fuerzas del mercado, sólo puede hacerlo a través de la fuerza más o menos coactiva del Estado. Ahora bien, hay algo más profundo en esta “contradicción” o incluso en la controversia sobre el mercado y el Estado o sobre la espontaneidad versus la planificación. El historiador Phillip Mirowski habla de la “doble cara” del neoliberalismo mientras que en la geografía crítica se acuñó la idea de los “neoliberalismos realmente existentes” para apuntar a algo similar: la exaltación de la libertad entre los proponentes del neoliberalismo contrasta con las tendencias autoritarias en que este se establece y que permiten su mantención en el tiempo; asimismo, la denuncia del Estado y la concentración del poder político, contrasta con las intervenciones de salvataje del Estado a los grandes grupos económicos ante las crisis que este mismo genera y con la creciente concentración económica y el poder -¡no sólo de mercado!- que estas producen.
Avancemos entonces en cuestiones de definición y a partir de ello, desde el cómo surge al cómo se mantiene en el tiempo. El neoliberalismo es un proyecto político que no se trata tanto del mercado sino de lo que este permite: liberar a los actores económicos -a las grandes corporaciones- de las regulaciones sociales (¡políticas!) que sobre ellas se han construido. La manera en que esto se ha logrado es a través de la (co)activa liberalización y la desregulación, y no necesariamente a través de la “construcción de mercados” que requeriría una ingeniería no menos intensa, pero acaso más inteligente, y a través de la limitación de la democracia, el sistema que hizo posible precisamente dichas regulaciones. La liberalización y desregulación no sólo ha permitido a las grandes corporaciones liberarse: también les han ofrecido recursos para empoderarse tanto económica como políticamente de manera de hacer sus decisiones no sólo posibles sin ataduras, sino más poderosas, esto es, con mayores consecuencias sobre el resto de la sociedad. Por otro lado, la limitación de la democracia ha sido un sine qua non, algo que tan lúcida como maquavélicamente plantearan Buchanan y Tullock en su crítica a la democracia de posguerra: en su componente representativo, la democracia implica la posibilidad de decidir sobre los más amplios problemas colectivos y de ampliar aun la participación sobre esas decisiones. En consecuencia, como muestran múltiples casos de norte a sur y de oeste a este, la limitación de la democracia no sólo estuvo en el origen del neoliberalismo, sino que ha actuado como un mecanismo esencial para su mantención en el tiempo.
Pasando, de la definición al origen, del origen a la reproducción, y de la reproducción a la muerte, habría que pensar los límites del neoliberalismo para poder imaginar su superación; posibilidades que muchos depositaron en el proceso constitucional chileno en tanto proceso fundamental de ampliación de la democracia. Respecto a ello no cabe en este comentario más que apuntar una brevísima reflexión: parece necesario pensar en una nueva ampliación conceptual que se haga cargo de los aspectos Foucaultianos del neoliberalismo, esto es, aquellos relacionados con la gubernamentalidad y que han permitido la habituación al neoliberalismo; aquellos que quedaron fuera de la genealogía de Casals -y huelga decirlo, de mi propia conceptualización.
Más allá de la idea del individuo y la propiedad, y de la reflexión sobre la libertad contenida en la promesa neoliberal, a raíz de los últimos acontecimientos se hace necesario pensar el concepto -no menos moderno-, de seguridad, seguridad que es siempre ante alguna incertidumbre. El tránsito desde el neoliberalismo a algo más parece tener que ver críticamente con la respuesta a la inseguridad que el mismo creó, respuesta que por el momento han liderado quienes -¡oh, sorpresa!- están reformulando la promesa neoliberal bajo el manto de la autoridad, la familia y la nación; por cierto, la seguridad de no embarcarse en un nuevo experimento, potencialmente tan incierto y dañino como el neoliberalismo mismo.
Para concluir. Las posibilidades de continua reproducción, o los límites si se quiere, del neoliberalismo en el contexto actual, parecen tener que ver con un necesario esfuerzo de conceptualización y de apertura. Qué es lo que el neoliberalismo comparte con otros conceptos y que lo hace mantener o no su propia forma sin convertirse en algo distinto. Actualmente, el proyecto de liberar las fuerzas de la propiedad privada y sus propietarios de regulaciones sociales parece verse fortalecida ante las reacciones culturales a los problemas de seguridad que el mismo neoliberalismo trajo consigo. ¿Es posible pensar una salida? No parece serlo en el futuro cercano, al menos no sin un esfuerzo constante por conceptualizar el fenómeno para pensar de manera sistemática sobre sus límites. En este sentido, Marcelo Casals hace una invitación impostergable.
[1] Las reflexiones y argumentos a la base de este comentario pueden encontrarse en diversas publicaciones entre las que destacan: Aldo Madariaga (2020). Neoliberal Resilience. Lessons in Democracy and Development from Latin America and Eastern Europe, Princeton: Princeton University Press; Aldo Madariaga (2020). The three pillars of neoliberalism: Chile’s economic policy trajectory in comparative perspective. Contemporary Politics, 26(3): 308-329. Aldo Madariaga (2017). Mechanisms of neoliberal resilience: comparing exchange rates and industrial policy in Chile and Estonia. Socio-Economic Review, 15 (3): 637-660.