¿Qué es el Neoliberalismo?

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¿Qué es el neoliberalismo? Una aproximación histórico-conceptual a un largo debate[1]

Pocas palabras en nuestro léxico político contemporáneo son tan disputadas y han asumido tantos significados como neoliberalismo. De alguna u otra forma, muchos asumen que ese ha sido el espíritu de nuestra época desde los años 1970 hasta la actualidad. Por lo mismo, ha sido una categoría clave tanto en la producción académica crítica como en la discusión política contingente, sobre todo de aquellos que rechazan o al menos cuestionan ese orden de cosas. Y es que el neoliberalismo en tanto concepto tiene algunas particularidades. Por una parte, sirve para nombrar distintos órdenes de cosas, desde políticas económicas específicas en favor del mercado y la desrregulación hasta regímenes de gobernanza global que exigen profundas modificaciones desde el Estado hasta las propias subjetividades. Todo ello, a su vez, obedecería a filiaciones ideológicas bien establecidas (Hayek, Mises, Friedman, Buchanan, entre otros) que hunden sus raíces en el período de entreguerras y que alcanzaron cada vez más notoriedad hacia los años 1970. En ese ejercicio descriptivo, la categoría de neoliberalismo nombra lo que a la vez critica, es decir, le da consistencia a un conjunto de realidades que han marcado las últimas décadas, y que horadarían aquello que es apreciado (la democracia, la igualdad, los vínculos comunitarios, los derechos sociales, etc.). Ese conjunto de orientaciones normativas y de pluralidad de significados no ayudan, como resulta evidente, a arribar a definiciones consensuadas ni de límites precisos de neoliberalismo. De allí que no sea extraño escuchar de tiempo en tiempo voces que llaman a deshacerse del todo de la categoría, sobre todo de parte de aquellos que defienden los principios que bien podrían ser subsumidos en la propia noción de neoliberalismo.

El objetivo de este breve ensayo es aportar en el debate sobre los significados y trayectorias del neoliberalismo, y el rol que el caso chileno ha tenido en esas mutaciones a escala global. Sin embargo, no aspiro a lograr eso mediante la formulación de otro intento de definición de neoliberalismo, sino más bien a partir del análisis de su trayectoria histórico-conceptual. Eso quiere decir estudiar las condiciones en las cuales el concepto fue acuñado y resignificado, y las disputas que desde entonces se plantean sobre sus alcances y sentidos. Creo que mediante ese ejercicio podemos dejar de lado por un momento la falta de consensos mínimos que muchas veces obstaculizan un debate transversal en torno al neoliberalismo chileno y global. Pero por sobre todo, ese ejercicio nos debería decir algo sobre el neoliberalismo mismo, en tanto construcción contingente y no-necesaria, enmarcada en condiciones históricas específicas (la dictadura militar), y que han condicionado fuertemente procesos posteriores, sobre todo la larga transición a la democracia de finales del siglo XX y principios del XXI. También nos debiera hablar de la proyección global del caso chileno, no ya como un “experimento” digitado desde el poderoso norte, sino que como un radical proyecto refundacional que alcanzó consistencia como producto de la experiencia autoritaria chilena, y que desde ahí alcanzó un carácter modélico que se expandiría por el globo en los años siguientes. El estallido social de octubre del 2019 y el proceso constituyente que se inició a partir de entonces parecen marcar el fin de ese proceso y, quizás, del neoliberalismo mismo, aunque nada de ello sea del todo claro desde nuestro presente. Todo ello, al mismo tiempo, ha puesto otra vez a Chile en la palestra de la discusión global, aunque tampoco sea evidente que alcance el peso simbólico de los años 1970. Veamos qué significa todo esto.

Hay un hecho fundamental que la gran mayoría de los estudios sobre neoliberalismo suele obviar: el concepto mismo de neoliberalismo, si bien acuñado en el período de entreguerras, fue de uso bastante marginal hasta al menos principios de los años 1980. El punto no es sólo un preciosismo histórico o un dato erudito. Por el contrario, refleja una forma distinta de entender el fenómeno: todo aquello que relacionamos con la genealogía “clásica” del neoliberalismo, sus instituciones, intelectuales, políticos y obras de referencia, no fueron entendidos como tales en su momento, ni siquiera por sus críticos. El término había sido usado por primera vez en el Coloquio Lippmann de 1938, comúnmente identificado como el punto de partida de la larga marcha desde la marginalidad teórica y política del neoliberalismo en tiempos de keynesianismo hasta su hegemonía global hacia finales del siglo XX. Sin embargo, el término fue enarbolado por Alexander Rüstow y los llamados “ordoliberales”, que abrigaban concepciones bastante más estatistas que las tesis radicales de Hayek o Mises. El propio Rüstow, de hecho, era crítico de los excesos del “laissez faire” de las décadas anteriores, y propugnaba la creación de un Estado fuerte inmune a presiones indebidas para garantizar un funcionamiento armónico del mercado. El término fue propuesto en dicha reunión como una forma de identificar a los asistentes, más allá de las notorias diferencias entre muchos de sus miembros. La II Guerra Mundial, sin embargo, interrumpió esos debates. Cuando se convocó a la primera reunión de la Sociedad Mont Pèlerin -otro hito clásico del camino en ascenso del neoliberalismo en las narrativas establecidas- en 1947, el término ya había caído en desuso. Los propios ordoliberales, que en gran medida se hicieron cargo de la economía de postguerra de la Alemania Federal, prefirieron términos como “economía social de mercado” para describir su proyecto político-económico[2].

Para entender la resignificación y difusión de la acepción contemporánea de neoliberalismo tenemos que trasladarnos al Chile de los años 1970. Allí, luego del golpe militar de septiembre de 1973, la dictadura desplegó un inmenso dispositivo de represión contra la izquierda y sus bases sociales, a la vez que los grupos contrarrevolucionarios que se habían levantado contra la Unidad Popular celebraban el nuevo orden de cosas. A pesar de controlar con mano dura el Estado y la esfera pública, el régimen enfrentaba serios problemas. Por una parte, la reacción internacional había sido de repudio generalizado, incluso en países occidentales que a ojos de los militares en el poder debían celebrar la derrota del “marxismo”. Por otro lado, la situación económica era desastrosa, producto tanto de las enconada lucha en el período anterior como de la crisis global del petróleo iniciada ese mismo año. Las políticas de estabilización de los primeros años no habían dado los resultados esperados, cuestión que abrió la puerta para que un conjunto de economistas de la Universidad Católica y educados en la Universidad de Chicago tomaran las riendas de la política económica de la dictadura. Con la bendición del propio Friedman, en 1975 se inició la llamada política de “shock”, destinada sobre todo al control rápido de la inflación mediante la contracción del gasto fiscal, entre otras medidas.

En las narrativas clásicas del neoliberalismo, el convenio entre la Universidad Católica y la Universidad de Chicago desde la segunda mitad de los años 1950 en adelante habría generado varias generaciones de economistas -los “Chicago Boys”- con un proyecto de reingeniería social bajo el brazo, el neoliberalismo. Con todo, y más allá del monetarismo radical de sus mentores, lo cierto es que ese grupo no había tenido un impacto político consistente, ni siquiera en la derecha política, aunque sí había logrado un lugar más visible en la gran prensa conservadora. Por otro lado, el “Ladrillo” -el documento preparado para los militares golpistas, y otro de los hitos tradicionales en el rumbo ascendente del neoliberalismo- constituyó más un conjunto de medidas de liberalización económica antes que un proyecto refundacional integral, como sería hacia finales de los años 1970 y principios de los 1980. Entre la formación del bloque contrarrevolucionario que luchó contra la Unidad Popular y abrió el camino al golpe militar y la institucionalización del modelo económico y político de la dictadura en la Constitución de 1980 sucedieron dos cosas: en primer lugar, la dictadura profundizó el “shock” de 1975 hacia la mercantilización de cada vez más áreas de la vida social. El relativo éxito -presentado como “milagro” por sus ideólogos- en el mejoramiento de algunos índices macroeconómicos y, sobre todo, el cambio en los patrones de consumo y endeudamiento de muchos chilenos de clases alta y media como consecuencia de la radical apertura económica, entusiasmó a los militares en el poder con las medidas de los Chicago Boys. Por esos años, el impulso refundacional se dirigió a la política laboral, el sistema de pensiones, la estructura educacional y en menor medida la salud pública. En diferentes dosis, todas esas áreas fueron entregadas al mercado, en especial a los grandes grupos económicos que ya se habían visto beneficiados con las opacas privatizaciones de empresas del Estado.

En segundo lugar, el sistema económico implementado por la dictadura fue objeto de críticas dentro y fuera de Chile en virtud del inmenso costo social que estaban significando. La solidaridad global con Chile y las actividades de oposición del exilio chileno sumaron este elemento a la denuncia de la represión y el exterminio de todo atisbo de oposición social y política, que desde temprano asumieron el lenguaje de los Derechos Humanos. En esos esfuerzos participaron tanto destacados dirigentes chilenos como aliados internacionales. Ya en 1974, por ejemplo, el economista Andre Gunder Frank -uno de los referentes de la teoría de la dependencia- publicó una carta abierta contra quienes habían sido sus maestros en Chicago, Arnold Harsberger y Milton Friedman, por su abierta colaboración con la dictadura de Pinochet. En una segunda carta, fechada en 1976, calificó las medidas implementadas por los “Chicago Boys” de “genocidio económico” dado el duro impacto en las clases populares chilenas. A esas admoniciones se sumaron las de Orlando Letelier, ex-ministro y ex-embajador de la Unidad Popular, y por entonces uno de los puntales de la solidaridad internacional con Chile en Estados Unidos. En un ensayo escrito poco antes de su asesinato a manos de la policía secreta de Pinochet en Washington DC en septiembre de 1976 estableció un vínculo directo entre las condiciones de posibilidad de las reformas económicas y el autoritarismo homicida de los militares en el poder. Como sea, en ninguna de estas críticas se esgrimió el concepto de neoliberalismo. En otras palabras, las medidas económicas tomadas por la dictadura aún no eran visualizadas como un proyecto refundación de larga duración, si no más bien como formas violentas e inmorales de despojo y castigo a los sectores populares, y de nuevas formas de acumulación en oligarquías financieras luego de una experiencia revolucionaria en perspectiva socialista.

Al interior de Chile la situación a este respecto era similar. Los ideólogos de la dictadura y la gran prensa se referían al modelo económico del régimen con el mucho más neutro “economía social de mercado”, queriendo con ello empaparse de algo de la legitimidad de la Alemania Federal de postguerra. Sus críticos internos -sobre todos aquellos de matriz socialcristiana nucleados en CIEPLAN- hicieron uso de categorías de uso común en el debate económico de entonces, como “monetarismo radical” o “neoconservadurismo”. Hacia finales de los años 1970 era evidente que la dictadura quería darle un aire modélico a su proyecto de modernización capitalista, cuestión avalada por los resultados satisfactorios a ojos de los militares en el poder. Más aún, la síntesis ideológica entre el gremialismo tradicionalista y las nuevas tendencias económicas monetaristas que se plasmaron en la Constitución de 1980 le dio al proyecto refundacional del régimen un nuevo nivel de institucionalización. A pesar del radical aislamiento internacional, eran los años de mayor control y estabilidad interna, y de menor capacidad de acción de los grupos políticos, sociales y religiosos de oposición.

La alquimia conceptual del neoliberalismo operada en territorio chileno se dio precisamente cuando las primeras grietas del modelo autoritario y monetarista del régimen se hicieron evidentes. También fue consecuencia del progresivo desmembramiento de lo que en el principio había sido una robusta base social de apoyo al régimen de matriz mesocrática, sobre todo a partir de la experiencia transformadora de la lucha callejera contra la Unidad Popular. De allí que la emergencia conceptual del neoliberalismo haya venido desde un lugar inesperado: la intelectualidad conservadora alienada del régimen en virtud precisamente de la dirección que habían tomado las reformas económicas. Si bien es posible rastrear algunos usos esporádicos anteriores, lo cierto es que fue en el célebre Ensayo sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX publicado en 1981 por el historiador Mario Góngora que el neoliberalismo saltó a la primera línea de la crítica al modelo económico dictatorial. Allí, Góngora desarrollo una conocida tesis en la que el Estado habría sido la fuerza motriz de la creación de la nacionalidad. El golpe militar, en esa lógica, habría sido una valiente reacción de las Fuerzas Armadas al rescate de la nacionalidad amenazada. Sin embargo, las reformas económicas de los “Chicago Boys” habrían desestabilizado ese intento nacionalista primario al atentar contra el Estado y su rol estructurador de la sociedad. La política económica del régimen habría caído en el mismo vicio refundacional que las “planificaciones globales” de la Democracia Cristiana y la Unidad Popular desde los años 1960 en adelante.

Desde ese momento en adelante, el término sería profusamente utilizado por economistas, cientistas sociales y políticos de centro e izquierda para denunciar el carácter transformador global del neoliberalismo chileno. La enorme crisis económica iniciada en 1982 y el inicio de las protestas nacionales en 1983 parecieron marcar la muerte definitiva del proyecto económico del régimen, tal como se expresa en el título de un entonces conocido libro de la socióloga Pilar Vergara, Auge y caída del neoliberalismo en Chile, publicado en 1984. En los años posteriores, las referencias al término se multiplicarían, y escaparían tanto de la discusión chilena como del idioma español. El neoliberalismo se transformaría en los años 1980 y 1990 en un concepto fundamental para describir las políticas liberalizadoras de gobiernos de distintos signos, así como también el auge de las economías financieras y de las corporaciones transnacionales. Desde allí ha saltado a otras disciplinas -la historia intelectual y política, la antropología y la ciencia política, entre otras- y, por supuesto, al debate político contingente, asumiendo ese carácter polémico y de contornos poco definidos de la actualidad. Aún así, la persistencia de su uso habla de la necesidad de contar con herramientas analíticas para dar cuenta del presente y su proceso de constitución histórica.

¿Qué nos dice esta breve descripción de la trayectoria conceptual del neoliberalismo? En primer lugar, ayuda a desestabilizar el tono marcadamente eurocéntrico del camino seguido por lo que hoy entendemos como neoliberalismo. En las narrativas más establecidas, el neoliberalismo se proyectaría al pasado como una corriente ideológica que se abrió paso en la segunda mitad del siglo XX y logró reorientar la economía global hacia sus principios, siendo Chile uno de sus experimentos tempranos. Toda la influencia y control, de esa manera, vendría de los centros de poder del norte. Por supuesto, las genealogías intelectuales y sus principales pensadores son claves en esta historia, pero ello no agota el problema. Fueron elementos centrales que explican las posibilidades y caminos escogidos por la dictadura militar en su intento por construir una nueva legitimidad y una nueva modernidad que reemplazara a aquella democrática y republicana construida en las décadas anteriores. Con todo, una mirada histórico-conceptual destaca las consecuencias creativas del conflicto político chileno y de su experiencia autoritaria, y le da un nuevo giro a su proyección global como modelo y anti-modelo en la última parte del siglo XX.

En segundo término, y en relación con lo anterior, atender a la trayectoria conceptual del neoliberalismo da cuenta del carácter contingente del proyecto refundacional de la dictadura. Más que una necesidad histórica o un plan cuidadosamente urdido por los ideólogos de la dictadura, lo cierto es que las reformas económicas fueron intentos radicales y en favor del gran capital de superar lo que hace muchos años el politólogo argentino Guillermo O’Donnell llamara “crisis celular” del capitalismo en los años 1960 y principios de los 1970 latinoamericanos, algo que la experiencia de la Unidad Popular en Chile muestra claramente. En otras palabras, fue un conjunto de acomodos decididos desde el poder total alcanzado por los militares y sus asesores civiles en la gestión y reformulación del Estado chileno en vistas a construir un modelo social inmune a peligros revolucionarios a través de una compulsiva modernización capitalista. Fue la propia dinámica de esos intentos de reformulación radical del Estado, la economía y la sociedad las que generaron las condiciones para la emergencia conceptual del neoliberalismo. En ese sentido, bien podría argumentarse que no fue el neoliberalismo el inspirador de las reformas económicas de los “Chicago Boys” desde mediados de la década de los 1970 hasta principios de la de los 1980, sino todo lo contrario. Fueron las consecuencias de esas reformas en el bloque social de apoyo inicial, el enorme costo social de esa experiencia, y las críticas que arrecieron desde distintos sectores alienados con el régimen las que crearon el neoliberalismo, al menos en su acepción contemporánea.

En tiempos en los que el modelo económico que fuera significado como neoliberal parece entrar en crisis, esta perspectiva y sus implicancias puede alertarnos de algunas cosas. Si, como reza el dicho popularizado en el estallido social de 2019, el neoliberalismo “nace y muere en Chile”, bien haríamos en prestar atención no sólo a las formas específicas que asumió ese “nacimiento” (lo que he intentado hacer aquí), sino que también, en esa misma línea, imaginar las maneras que puede asumir su superación. Ello implica un esfuerzo de creación política y conceptual análogo al de la intensa discusión sobre la experiencia autoritaria chilena desarrollada en los años 1980 por un conjunto variopinto de intelectuales, políticos y ciudadanos en una época de fuerte confrontación por el futuro político del país. Para quienes nos identificamos con los deseos de elaborar un horizonte post-neoliberal en clave igualitarista y democrática, la tarea entonces debería orientarse hacia la observación crítica y la creatividad intelectual para encontrar nuevas formas de significar nuestra realidad circundante y, de esa manera, formular proyectos de futuro viables y alternativos a los imaginados por los ideólogos de la dictadura y sus herederos en los largos años de transición democrática. Todo ello es aún más urgente en tiempos en que las fuerzas de izquierda y progresistas en general sufren una aguda crisis ideológica que, muchas veces, impiden una acción coherente en pos de la tan elusiva articulación moderna entre libertad e igualdad. Una comprensión histórica del neoliberalismo que incorpore su carácter contingente y las distintas formas en que fueron entendidas ese conjunto de reformas radicales amparadas en el poder de las armas nos deja ver, entre otras cosas, las condiciones, decisiones y arreglos institucionales específicos que lo hicieron posible, y no sólo el carácter estructural, natural e inevitable que muchas veces suele asumir tanto en el debate académico como en el político. Si la voluntad y la acción colectiva desde el poder pudieron construir aquello que luego sería significado como neoliberalismo, también puede desarmar sus fundamentos e imaginar nuevas formas de nombrar un nuevo futuro democrático.

 

[1] Para facilitar la lectura, he omitido las referencias bibliográficas de rigor. El lector interesado en ellas las puede encontrar en el artículo escrito junto a Andrés Estefane y titulado “El ‘experimento chileno’. Las reformas económicas y la emergencia conceptual del neoliberalismo en la dictadura de Pinochet, 1975-1983”. História Unisinos 25, no 2 (agosto de 2021): 218–30. https://doi.org/10.413/hist.2021.252.03.

[2] Por supuesto, esto no quiere decir que el término haya sido completamente olvidado. El propio Milton Friedman, en un artículo de 1951, intentó hacer suyo el concepto para describir la aplicación de fórmulas económicas que incentivaran el libre mercado, todo ello enmarcado en un Estado que debía proveer un ambiente monetario estable y fuertes políticas antimonopólicas. A pesar de este intento, el término no se popularizó. Milton Friedman, “Neo-Liberalism and Its Prospects”, Farmand (Oslo), 17 de febrero de 1951, 89-93.