Comentario por:
Raimundo Frei
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¿Por qué aumenta la sensación de injusticia en Chile?
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Los comentarios elaborados sobre mi texto ¿por qué aumenta la sensación de injusticia en Chile? son auspiciosos sobre la posibilidad de crear un debate de ideas y argumentos en la esfera pública nacional. Agradezco a los seis comentaristas que sus respuestas fuesen menos sobre los datos sino sobre los puntos de vista en juego para evaluar la desigualdad socio-económica en Chile.

Dicho esto, considero el conjunto de respuestas como una llamada a ampliar o refinar la mirada sobre las desigualdades sociales. Me parece acertado en este sentido –como lo sugiere Pablo Ortúzar– el llamado a ocupar distintos lentes de observación.

Un primer lente lo sugiere el trabajo de los profesores Rocío Lorca y Agustín Squella. Desde la filosofía del derecho, ambos ponen el acento en el significado que conlleva la igualdad como ‘aspiración normativa’ para nuestras sociedades, y el rol que juega a la hora de evaluar las distancias sociales. Por ello, frente al terror o pánico que ha producido el concepto de igualdad es bueno recordar como lo hace el profesor Squella sus manifestaciones concretas y eficaces: ‘titularidad de derechos fundamentales, igualdad ante la ley, igualdad del voto sin importar quién lo emita’, entre otras. En este sentido, como ha propuesto Rainer Forst (2015) continuador de la escuela de Frankfurt, sin una imagen potente de progreso no somos capaces de ver qué alcanzamos, pero sin ella tampoco vemos qué nos falta para alcanzar los ideales de emancipación que en las sociedades modernas se van elaborando.

Un segundo lente lo sugieren los textos del economista Claudio Sapelli y del antropólogo social Pablo Ortúzar. El primero pone el desafío de mirar la cambiante realidad de la sociedad chilena que transita ‘de una sociedad vertical a una más horizontal’. Estoy de acuerdo en el punto que en esa transición se producen un sinnúmero de tensiones. Por ello también me parece adecuada la invitación de Pablo Ortúzar a mirar con microscopio, porque ello nos ofrecería una descripción aún más densa de la sociedad en qué vivimos. Y por cierto en una sociedad que ha sufrido una transformación tan intensa como la chilena en los últimos años se requiere de una mirada sobre sus ambivalencias. Especialmente el mérito tiene distintas facetas –algunas funcionan como críticas a los privilegios adscritos, otras son el resorte normativo de la estigmatización hacia los pobres– que producen tensiones. No obstante, creo que son facetas normativas –más que paradojas- que se tensionan con otros principios y distintas experiencias cotidianas.

Un tercer lente lo sugiere la cientista política Carolina Segovia y el economista Nicolás Grau. La primera llama a ver la distancia social con las elites no sólo desde lo que las personas evalúan desde sus propios mundos de vida, sino del poder que los grupos económicos ejercen sobre el sistema político. Esta ha sido una mirada desarrollada con bastante rigor en la ciencia política norteamericana, pero que en el contexto nacional aún se necesita mucha mayor información para tener una visión tan clara como la que se tiene en otras regiones. Hay que agregar además la dificultad que implica aplicar esta mirada a un mundo político que se transforma (fin del binominal, cambio al sistema de financiamiento de campañas). Desarrollar esta mirada tiene que ir a la par de las transformaciones institucionales que afectan la relación entre el dinero y la política.

Nicolás Grau llama a ver con mayor detención la riqueza del 1% donde se produce la concentración de ingresos. Es nuevamente una forma de mirar hacia arriba, hacia la elite económica. Evidentemente esta mirada está en tensión con aquella que solo considera la desigualdad de ingresos a partir de las encuestas de hogares (es una mirada que requiere observar los registros tributarios, operación visual bastante compleja). Yo tiendo a pensar que son dos formas de la mirada sobre la desigualdad que apuntan a facetas de la misma, y que también deben ser miradas con binoculares y microscopios. Esto, porque más allá de que uno pudiese considerar con esperanza la reducción de la desigualdad de ingresos medidos en las encuestas de hogares, esta conlleva un aumento del ‘no retorno’ de la educación, donde gran parte de las familias ponen sus esperanzas de movilidad (y con esto quiero decir que la tensión que esto produce requiere también ser mirada). A su vez, la concentración del tope –como señala Nicolás Grau – implica observar con mayor detención si esa riqueza tiene algún tipo de movilidad (i.e. huida al extranjero) y también preguntarse si esto afectaría a las posibilidades mismas de la inversión pública y privada a nivel nacional.

Efectivamente hay tensiones entre estas distintas miradas. La mirada de la igualdad como ideal normativo pone una urgencia sobre la redistribución de bienes preciados (especialmente sobre la salud y la educación), que la mirada sobre las encuestas de hogares tiende a mitigar (al señalar que vamos bien y debemos seguir el camino enfrentando los desafíos). Estas son tensiones que siempre han emergido en los claroscuros de la modernidad. Pero no me parece conveniente en ningún caso negar la posibilidad misma de mirar el problema de otra manera. Tanto la gran cantidad de bajos salarios como la alta concentración de ingresos en el tope señalan que hay un tema en nuestra estructura productiva, y desestimar el hecho no trae ningún beneficio en aras del desarrollo inclusivo. Asimismo, mitigar la propia evaluación que las personas tienen de algunos aspectos de sus vidas, creyendo que se les impone una mirada exterior (‘la mala política’), rehúye más que enfrenta el problema.

Creo que más allá que uno piense que son ‘percepciones’, ‘modelos’ o ‘realidades’, las diversas formas de la mirada sobre la desigualdad –que provienen de la experiencia cotidiana o de la discusión intelectual o científica– son válidas para reconocer distintas facetas del problema. Con esto no estoy invitando a relativizar los hechos o un llamado a decir ‘todo vale’. Más bien mi punto es reconocer que hay limitaciones en el modo en que miramos –y por supuesto las investigaciones que uno participa sufren también de estas– y que cada mirada impone una forma a partir de la cual se delinea el objeto en disputa. A veces hay que detenerse a reconstruir el lente de observación para entender cómo el otro mira, y a veces hay que aceptar que se necesitan más lentes para entender lo que sucede.

 

Referencias

  • Forst, R. (2015). Normativität und Macht: Zur Analyse sozialer Rechtfertigungsordnungen. Frankfurt: Suhrkamp.