Comentario por:
Rocío Lorca
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¿Por qué aumenta la sensación de injusticia en Chile?
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El ensayo de Raimundo Frei defiende la importancia de continuar preocupados por la desigualdad en contra de quienes piensan que esta preocupación ya no se justifica porque estaría desconectada de la realidad. Para Frei, este juicio descansa en una concepción errada o demasiado simplificada sobre el problema de la desigualdad. Si lo entiendo bien, Frei sugiere que la validez del juicio de desigualdad no depende de la diferencia objetiva que pueda existir en la distribución de algún recurso específico sino más bien del impacto objetivo que una distribución determinada puede tener en la vida de las personas. En Chile este impacto se expresaría principalmente en ciertas dimensiones como la salud, la educación y el respeto. La conclusión del ensayo de Frei me parece completamente correcta: la desigualdad sigue siendo un problema sumamente importante. Pero no estoy convencida de que frente al escepticismo la única salida consista en validar el problema de la desigualdad en base a su correspondencia con la realidad objetiva.

El ideal normativo de la igualdad emana de una visión sobre el valor de los individuos: que todos importamos lo mismo. Como consecuencia, la principal demanda de este principio tiene que ver con la cuestión de si la organización social y la forma de vida que ésta impone hace posible que sus integrantes puedan plausiblemente auto-comprenderse como igualmente importantes. La igualdad no exige la experiencia de recibir un mismo trato sino la experiencia de ser tratado como igualmente importante. Esto explica que la igualdad bien puede exigir tratos diferenciados y no exige acabar con cualquier diferencia (Dworkin 1996, p. 302). Y también explica que a diferencia de lo que ocurre con otros ideales o principios políticos, en el caso de la desigualdad la percepción del individuo de no ser igualmente importante no es simplemente un indicio o un llamado de atención de que puede haber un problema de igualdad, sino que dicha percepción es parte constituyente del problema.

Para ilustrar esta idea, puede ser útil comparar la expectativa de la igualdad con la expectativa de seguridad y en particular, con la denominada seguridad ciudadana. No es nada novedoso ni discutido en ámbitos académicos y técnicos que nuestras políticas criminales son excesivamente irracionales, ineficientes y excesivas. La explicación estándar para este fenómeno es que en la configuración de dichas políticas se ha prestado demasiada atención a la percepción de inseguridad que tendría la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas. Dado que dicha percepción no se condice con datos objetivos sobre la vulnerabilidad real a ser víctima de un delito, los resultados institucionales de la deferencia a dicha percepción han sido bastante desastrosos. Prueba de ello es que el persistente endurecimiento de las políticas criminales en casi todos los países occidentales, no parecen disminuir de manera relevante la percepción de inseguridad.

La percepción de inseguridad puede ser validada o invalidada en base a datos objetivos porque propone una tesis bastante específica sobre el mundo real. El miedo a ser víctima de un delito, como toda otra emoción, vincula un sentimiento a una creencia intelectual sobre la realidad y en esa medida puede ser evaluado en términos de racionalidad (Nussbaum 1995). El miedo a la delincuencia supone la creencia de que existe una posibilidad objetiva más o menos inminente de que uno (o un ser querido) será víctima de un delito. Si la realidad muestra que nuestra vulnerabilidad es menor de la que creíamos, entonces es de esperar que una persona racional deje de sentir el mismo nivel de miedo que tenía antes de contar con esta nueva información. Si el miedo persiste, es de esperar que el sujeto o bien lo interprete como un sentimiento irracional que no es una razón para la acción, o bien que intente averiguar una explicación alternativa.

En el caso de la desigualdad, en cambio, la validez de la percepción de que uno no es igualmente importante no puede cuestionarse de manera demasiado sencilla en base a datos sobre la realidad. La igualdad siempre será y ha de ser un ideal escurridizo que no se deja medir fácilmente en términos objetivos, o en base a criterios objetivos de distribución de bienes sociales. La igualdad es una aspiración normativa que exige que aseguremos las condiciones de una experiencia subjetiva y en esa medida nos obliga a mantener un cierto escepticismo frente a métodos estandarizados que podrían oscurecer la identificación de las condiciones de la igualdad, esto es, aquellas condiciones que permiten que todas las personas, con todas sus particularidades, puedan plausiblemente auto-comprenderse como igualmente importantes en el contexto de sus interacciones sociales.

Los modelos analíticos que buscan identificar el problema de la desigualdad en una realidad objetiva, como el que propone Raimundo Frei, son extremadamente importantes para explicar una percepción de desigualdad y para definir las políticas que nos permitirían responder al problema. Sin embargo, por complejos y sofisticados que sean, estos modelos no deberían reemplazar a las percepciones genuinas de una comunidad en la función epistémica de determinar si acaso hay o no hay un verdadero problema de desigualdad. En otras palabras, la búsqueda del sustento objetivo de una percepción genuina de desigualdad no debe ser tenida como necesaria para validar el problema, sino como un mecanismo para explicar la percepción e identificar por lo menos algunas de las políticas institucionales que nos permitirían responder frente a ella.

Referencias

  • Dworkin, Ronald (1996). We Do Not Have a Right to Liberty. En Readings R. M. Stewart (Ed.), Readings in Social and Political Philosophy (pp. 183-192). New York: Oxford University Press.
  • Nussbaum, Martha (1995). Poetic Justice. The Literary Imagination and Public Life. Boston: Beacon Press.