El texto de Cristobal Bellolio es correcto como una diferenciación de los temas centrales de la izquierda y la derecha formalmente existentes en la política en Chile. Cuando describe las principales guías ideológicas de los grupos, y la forma en que se mueven respondiendo a distintos problemas sociales del país, identifica bastante bien las líneas de frontera entre los campos opuestos de la política chilena. Formalmente, y en esa clave, es difícil criticarlo. Dicho aquello, no comparto sus premisas ni perspectivas. Por ello, me centraré en dos bases de su texto, las que considero problemáticas para la comprensión compleja de la política, objetivo que debiese ser compartido por académicos e intelectuales que buscan incidir en lo público. Tales problemas para la comprensión de la complejidad política, se vuelven notoriamente urgentes con la revuelta popular ocurrida desde octubre en el país, lo cual no es culpa del autor, pero sí algo con lo que su texto debe lidiar de ahora en más. Y es que no se puede salir indemne del asedio de las masas.
El texto reniega de la condena del tiempo y de la normalidad de la excepción en la política. Lo primero, lo hace explícito al no considerar el peso de la historia (real e imaginado) en las definiciones de la política realmente existente. “De aquí en adelante, no interesa quiénes fueron la izquierda y quiénes fueron la derecha en el pasado”, afirma el autor, sin explicar a quién o para qué “no interesa”. Lo segundo, una porfía contrahistórica de insistir en la autonomía absoluta de la política, o a pensar como si la incidencia de la lucha de clases en ella fuese una excepción, la anormalidad. Es insistir en la excepción de los casilleros descriptivos “corrupción” o “movimientos sociales”.
La primera premisa errada es lo que permite la segunda. Sólo haciendo como que la historia no importa en la definición de izquierda y derecha en el campo político es posible obviar la relación permanente del empresariado con la derecha, o bien, la relación de los movimientos estudiantiles, feminista y de trabajadores, con la militancia de izquierda. Mucho se puede decir de los problemas y desaveniencias entre “la calle” y el Frente Amplio y el PC en la revuelta de octubre, pero hay que entender que esos problemas y desaveniencias son porque la relación existe y es muy densa. Son relaciones que da para largo describir, no solo temporales sino que a la vez sociales. Así, no extraña ver dirigentes jóvenes del Colegio de Profesores, que son parte de direcciones de partidos del FA o del PC, que fueron dirigentes estudiantiles en 2006 o 2011, y que vienen de familias obreras de militancia en partidos rojos del siglo XX. De la misma forma, no se pueden negar los vínculos familiares entre la derecha y el gran empresariado, así como tampoco la penetración permanente de sus cuadros y dineros en las franjas de poder de lo que hoy es la UDI y RN. El caso de la familia Matte es ejemplar al respecto. Esa es la hipótesis en que se sostiene mi crítica: la izquierda y la derecha, como abstractos de manejo académico, político y también público y compartido por las mayorías del país, se definen por una historia compleja de relaciones entre clases y partidos, entre organizaciones sociales y militantes políticos, así como por una lucha explícita por redefinir los límites y contenidos de ese campo ante militantes y bases sociales. La derecha y la izquierda realmente existentes no pueden definirse por fuera de la historia realmente acontecida, y que está determinada principalmente por la aspereza de la multidimensional experiencia de clase.
En ese sentido es contraria a la premisa del artículo, según la cual “todos y todas tienen ideas respecto de cómo debe organizarse la sociedad, y que esas ideas reflejan ciertas intuiciones y convicciones normativas que a su vez pueden asociarse a las grandes tradiciones de pensamiento político. Mucha gente experimenta dificultades para articular esas intuiciones y convicciones en forma clara y sistemática. Pero esas dificultades prácticas no significan que no las tengan o que no puedan ser articuladas desde la filosofía política”. Creo que dicha articulación no es posible de inteligir sin considerar el fuerte peso de la historia, ni tampoco sin integrar la determinación pasada y actual de la lucha de clases en su formación. El texto se presenta así, desde una autonomía de la política llevada al absoluto, es decir, en un punto en que ya no importa considerar la autonomía porque no hay nada de lo que ser autónomo, nada existe que le importe en su formación a la política espectacularmente existente. Es una explicación ideologicista y que cree ponerse en las antípodas del naturalismo (conservador o marxista) que niega cualquier mediación entre situación y posición de clase. El gran problema de toda la historia de la perspectiva de la amplia diversidad del marxismo, ha sido la distancia, y por ende el problema de la complejidad de las mediaciones, entre la lucha de clases realmente existente en la historia y la forma política que eso adquiere en las instituciones del Estado moderno.
Ese es mi principal crítica al texto, a saber los problemas de analizar desde un autonomía absoluta del campo de la política. Y eso es vital para comprender qué es izquierda y qué derecha en el Chile actual. Porque la pregunta no es por qué creen las mayorías que eso es, sino que dado que aceptamos que esa abstracción existe, a qué hechos de la realidad responde dicha abstracción, hechos que son naturalmente históricos y protagonizados por las masas. Y ahí, en la forma presentada por el texto, quedan fuera muchos fenómenos como las relaciones largas entre clase y partidos (no es posible entender la crisis actual de la derecha sin poner en el centro la experiencia en el sector de los diecisiete años de Dictadura pinochetista), las relaciones cotidianas dentro de los campos de derecha e izquierda (por ejemplo, la incidencia de un feminismo formado por una mayoría de nuevas trabajadoras en los partidos de izquierda y progresista) y las disputas de poder por la razón burocrática (la áspera relación entre Jadue y Tellier no se puede entender por fuera de la diferencia generacional de un partido que pasó de ser de obreros y profesores, como Teillier, a uno de profesionales y estudiantes, como Vallejo o Jadue). Creo que el Estado, donde la izquierda y la derecha adquieren su forma más conocida en Gobierno, parlamento o partidos, debe entenderse no como el resultado ajeno a, sino como un campo en el centro de, la lucha de clases. Como tal tiene historia y dinámicas propias, pero a la vez un universo de fuerzas que le exceden e intentan determinarlo. Es por eso que es posible reconocerlo como un Estado capitalista, porque sus controladores no pueden abstraerse de la fuerza histórica y real de los capitalistas que lo usan para que construya carreteras y puertos antes que escuelas y hospitales o pague sueldos de policías antes que de bomberos. La política, los campos de derecha e izquierda no son mera lectura filosófica de discursos -sabemos que cualquiera puede decir cualquier cosa y eso no prueba nada de sus actos-, sino un proceso permanente de hechos reales, pero con suficiente institucionalización histórica como para permitirnos y a la vez limitarnos la elaboración de la abstracción “izquierda y derecha”. El salto a que de la comprensión de esa abstracción pueda producirse poder, es una ilusión. El ideologicismo de creer que la inteligencia del fenómeno de la política en claves de lectura académicas, permite de inmediato controlarlo, es parecido al de ver fútbol, entenderlo, y creer que eso basta para que los jugadores hagan lo que uno cree que deben hacer.
A pesar que se valora bastante una “comprensión de la díada izquierda – derecha” que no contengan necesariamente “un cuerpo compacto, cerrado y determinado de ideas políticas, económicas y morales”, sino que “como etiquetas que se adjuntan a ciertos actores dependiendo de la posición del resto de los actores del sistema”; en ningún punto del texto esos “actores” trascienden de posiciones ideológicas encarnadas por partidos o individuos. No se ve a colectivos de ciudadanos formalmente fuera del Estado, cuyo conflicto determina a las instituciones del Estado, hecho archireiterado en meses recientes en Chile. Esta perspectiva no solo niega la probada agencia política de las clases populares, sino que también la presencia histórica del gran empresariado, a través de innumerables canales, preferentemente en Gobiernos y grupos políticos parlamentarios de derecha o confesionales. Es más, es posible sostener observando la historia política nacional y regional, que dichos grupos políticos solo existen en función de que existe la agencia política de clases, aunque no son lo mismo ni están vinculados inmediatamente.
El fondo de mi crítica es la no consideración, explícita o implícita, de la historia política real de masas como un elemento determinante en la configuración de izquierdas y derechas. La articulación que ve el texto es ideológica, cuando la articulación real ha sido en los conflictos políticos de masas. La teoría llega después del conflicto, suelen decir los trotskistas, porque eso del búho de Minerva es demasiado misticismo eurocentrado. El conflicto social siempre es una herencia que se reactualiza en hechos. Siempre se está peleando también la guerra social anterior, y por eso es importante considerar el pasado de las cosas como algo fundamental y no un accesorio del que poder desprenderse. Es un ejercicio solo posible en la retórica, porque hasta la academia debe trabajar con fenómenos reales. Porque a pesar de una negación voluntarista, la lucha de clases sigue ocurriendo, no empieza reseteada cada vez, no se trata de animales reaccionando sino que de humanos repitiendo y creando. Nunca empieza, solo continúa. Puede parecer una simple diferencia de ideas, pero más bien prefiero decir que planteo que hay suficientes argumentos para rechazar la posibilidad de que las ideas, para ser útiles, puedan desprenderse de la historia que las forma y reforma, o bien de las mayorías que protagonizan esa historia.