Antes que todo, mis agradecimientos a quienes se dieron un tiempo para leer y comentar mi breve ensayo sobre un tema que, como queda en evidencia en esas reacciones, se resiste a soluciones fáciles o definiciones taxativas.
Permítanme ordenar mis respuestas de manera temática para así poder abarcar la mayor cantidad de consideraciones y críticas señaladas por los comentaristas. En una primera parte procederé de esa manera con las reacciones de Madariaga, Titelman, Vergara y Brunner. Dejaré para el final mi respuesta a Verbal dado que su reacción escapa a los marcos de la discusión común.
Es evidente, en primer lugar, que para las ciencias sociales la distinción entre concepto histórico y categoría analítica puede resultar a ratos arbitraria, considerando que sus fronteras suelen ser difusas. Los conceptos históricos, en la tradición de la historia conceptual, serían aquellas nociones o palabras con gran carga semántica, capaces de acumular sedimentos de significados en su interior, construir identidades, movilizar voluntades y encuadrar formas de conflictos político. Las categorías analíticas serían aquellas herramientas que nos sirven para interpretar, iluminar o relevar aspectos de la realidad social desde determinado saber disciplinar. En la práctica, esas distinciones no son tan claras. Como bien señala Madariaga, en el trabajo académico solemos trabajar con herramientas analíticas que provienen de las razones y pasiones de conflictos políticos, y mucho de ello se traslada al propio trabajo “científico” de interpretación de la realidad social. Aun así, creo que la distinción entre concepto histórico y categoría analítica es necesaria, incluso considerando sus múltiples vasos comunicantes. En ello, de hecho, se basa mi propio ensayo y también, creo, algunos cortocircuitos con algunos aspectos de las reacciones.
Como espero haya quedado claro, mi intención fue hacer un recorrido del concepto histórico de neoliberalismo, y no un análisis de sus significados en tanto categoría analítica. Como señala Brunner, en ese segundo aspecto la bibliografía es enorme, y la categoría analítica de neoliberalismo refiere a realidades distintas según la disciplina y el enfoque escogido. Ahora bien, esa problemática diversidad no anula necesariamente el valor interpretativo de la categoría analítica de neoliberalismo, tal como apunta Madariaga, toda vez que ha inspirado esfuerzos para comprender nuestra realidad local y global desde más o menos los años 1970 en adelante. Eso no sería casualidad, como señala el historiador colombiano Hugo Fazio Vengoa (2014), dado que es desde ese momento en el que podemos identificar los inicios de nuestro presente histórico, es decir, la época, la unidad de sentido en la que aún nos movemos. Todo ello tiene en parte importante un sustrato económico y material, dados los enormes cambios en la producción y sus relaciones sociales que han operado desde los años 1970 (desregulación, financiarización, desindustrialización, concentración de la riqueza, y un largo etc.). Para comprender críticamente todo ello, insisto, el neoliberalismo como categoría analítica fue, es, y posiblemente seguirá siendo una pieza importante.
Pero mi texto apuntaba a algo distinto, a ese primer aspecto del neoliberalismo en tanto concepto histórico. En otras palabras, mi propuesta no buscaba ofrecer una definición más de neoliberalismo en tanto categoría analítica, sino explorar los usos políticos, sociales e intelectuales en una época particularmente crítica al respecto: los años 1970 (y principios de los 1980) chilenos. Ello por una razón en particular: creo que en ese momento, por las razones apuntadas en el ensayo, se dio una especie de “alquimia conceptual” del neoliberalismo que en gran medida determina nuestra comprensión contemporánea del concepto.
En esa línea de reflexión histórica hay, por supuesto, objeciones de los comentarios que son válidos e importantes, y obedecen sobre todo a las carencias de investigaciones completas al respecto. Ángela Vergara, por ejemplo, apunta con razón que el estudio del proceso histórico de emergencia conceptual del neoliberalismo debe incluir también voces subalternas, sobre todo de los sectores más castigados por las reformas económicas de la dictadura chilena que, como los sindicatos, reaccionaron y elaboraron conceptualmente su propia experiencia. Eso se relaciona con la objeción de Noam Titelman sobre el carácter exclusivamente oligárquico del neoliberalismo, algo que si bien no argumenté, sí es una noción común en los estudios sobre el tema. Visto desde una perspectiva conceptual -es decir, desde las formas en las cuales la experiencia de las reformas económicas y el proyecto refundacional de la dictadura militar fueron elaboradas por sus contemporáneos- es evidente que el fenómeno escapa a los círculos del gran capital. Más aún, no debemos olvidar que el propio concepto de neoliberalismo nació precisamente para criticar aquello que nombraba. Por último, Titelman y Vergara cuestionan el carácter exclusivamente “chileno” del neoliberalismo y llaman a explorar las circulaciones y escenarios en los que se insertó la experiencia chilena. Una vez más, ello resultaría de primer orden en el caso que quisiera ofrecer una explicación de todas aquellas transformaciones del orden económico global y de las medidas tomadas por los Chicago Boys en Chile, o si quisiera analizar las filiaciones intelectuales del equipo económico de la dictadura. Sobre ello hay bibliografía abundante y mi punto era un tanto distinto: enfatizar el proceso particular de elaboración conceptual que se dio en la coyuntura específica de Chile de finales de los años 1970 y principios de los 1980. Rastrear las circulaciones propiamente conceptuales de ese ejercicio es, por supuesto, tarea pendiente para futuras investigaciones.
Con todo, el aspecto que más levantó sospechas fue la parte final de mi ensayo, en el que escapo al análisis propiamente histórico para convocar a un esfuerzo político (y conceptual) en orden a concebir un orden post-neoliberal. Por supuesto, esta última sección es más voluntarista que analítica, pero responde de todos modos al escenario de crisis nacional y global del orden de postguerra fría y del llamado “Consenso de Washington” (es decir, todo aquello que un robusto campo de estudios denomina precisamente neoliberalismo global). Cualquier lector informado se habrá dado cuenta que esta es una crisis que ya lleva más de una década -desde la crisis económica global del 2008, al menos- y que responde más a la idea de “interregno” gramsciano -es decir, una larga crisis hegemónica- antes que una crisis puntual y esperable dentro de los ciclos del capitalismo contemporáneo. El ascenso de las ultraderechas populistas en distintas latitudes, las guerras económicas (y militares), el desarme e impotencia de organismos supranacionales y la vuelta de políticas proteccionistas, entre tantas otras cosas, parecen marcar una época de cambios profundos, a pesar de que aún no es posible visualizar la dirección de los mismos. En ese escenario global se inserta también el estallido social chileno y sus efectos. Imaginar futuros post-neoliberales (que no implican reversiones hacia al pasado pre-neoliberal, como critica Titelman, porque la historia no se repite a sí misma), entonces, no es precisamente un delirio, sino más bien una necesidad en una época de incertidumbres. El ejemplo del proceso de creación conceptual del neoliberalismo desarrollado en mi ensayo creo que provee de dos claves a ese respecto: recordar el carácter contingente y por ende transformable del orden económico y social y, al mismo tiempo, demostrar la importancia del debate político, ideológico, social y académico (con sus respectivos entrecruces) para la construcción de conceptos que habiliten la acción colectiva y la construcción de mayorías sólidas por los cambios. Muy a mi pesar, la situación actual de Chile marcada por la desestructuración política, la crisis ideológica de izquierdas y derechas, la confusión generalizada de la producción académica local, entre tantas otras cosas, conspira contra esos deseos.
Una palabra aparte para el comentario de Valentina Verbal. En su caso es posible identificar un caso radical de negación del uso de la categoría neoliberalismo. Más allá de sus confusiones con respecto a mi ensayo, Verbal para ello acude a juicios históricos más que discutibles y que no se condicen con la evidencia empírica (cuestión especialmente preocupante considerando que Verbal es historiadora). Este tipo de negaciones no es nueva. Es parte de las luchas por los sentidos que se dan en todos los conceptos claves de la modernidad política, aunque con ciertas particularidades. Como han propuesto Taylor y Gans-Morse (2009), el concepto de neoliberalismo ha asumido tal valencia negativa que la disputa terminológica se da en el plano entre quienes usan el término y aquellos que desean deshacerse de él. Con todo, aquí el asunto es especialmente preocupante habida cuenta la falta de sensibilidad histórica y la elaboración de una narrativa histórica interesada para borrar de un plumazo el nivel de radicalidad de la experiencia autoritaria chilena en su dimensión político-económica.
Para Verbal, aparentemente, el neoliberalismo sería un fantasma, una ficción o un “arma de combate arrojadiza”, cuyo “padre intelectual” sería Mario Góngora (y Schmitt y el fascismo) pero que, de alguna misteriosa manera, alimentaría a la “izquierda radical” en sus desvaríos. Las transferencias, en ese sentido, serían directas, olvidando -o ignorando- las formas que asumen los procesos de re-semantización de conceptos por fuerzas políticas e intelectuales de distinto signo. Pero más allá de esas filiaciones y equívocos conceptuales, lo más grave para Verbal sería el hecho prístino de que el neoliberalismo -o aquello que fue significado como tal- simplemente no existe. La “desregulación económica” de los Chicago Boys, en realidad, no habría sido tan radical, y el asunto sólo se habría limitado a liberar precios de “pan y calzado”. En realidad, el neoliberalismo no habría sido nada muy distinto al decreto de libertad de comercio de 1811 (sic).
Es evidente que en esa descripción, Verbal se sitúa en un plano totalmente ajeno a los debates académicos e historiográficos en relación a la dictadura militar y sus herencias. Probablemente, para la historiadora todas esas reflexiones no serían más que espejismos de gente engañada o malintencionada, parte de esa izquierda maligna que no puede ofrecer nada salvo “caos, desorden y pobreza”. Lamentablemente para Verbal, la evidencia histórica muestra algo muy distinto: las reformas económicas del régimen, especialmente a partir de la política de “shock” (que, por cierto, no habría recibido ese nombre por parte de sus propios creadores si el asunto se hubiera limitado a liberar el precio de un par de zapatos) de 1975 reconfiguraron la relación entre Estado y sociedad civil. Junto a las “modernizaciones” de finales de la década, el conjunto de arreglos institucionales y políticos que habían caracterizado al orden pre-1973 se vino abajo. Decenas de miles de funcionarios públicos perdieron su empleo, mientras buena parte de la pequeña industria quebró tras el fin de las tradicionales medidas proteccionistas. La represión militar, además, inhibió la articulación de una reacción social, cuestión especialmente evidente y dolorosa en los sectores populares. La apertura abrupta de la economía generó también el “boom” del consumo, limitado entonces para los sectores que tenían los recursos o la capacidad de deuda para beneficiarse de él. La crisis económica iniciada en 1982 -quizás la más profunda del siglo XX- aplastó esos sueños de prosperidad y modernidad y llevó a centenares de miles de chilenos a la pobreza y precariedad. Un conjunto robusto de estudios al respecto (empezando por los de Vergara, Madariaga y Brunner, presentes en esta discusión, pero que incluyen también a Ffrench-Davis, Flisfisch, Foxley, Winn, Meller, Gárate y un largo etc.) demuestran que las reformas económicas de la dictadura produjeron un enorme “costo social” como parte de la instalación de un nuevo patrón de acumulación que, entre otras cosas, generó la emergencia y enormes fortunas y grupos económicos. Los argumentos históricos (y políticos) de Verbal no dan cuenta de aspectos básicos de los procesos que he intentado examinar en mi ensayo.