El valor de un escrito puede aquilatarse por el contexto que rodea su publicación. Este es el caso “Lo que el dinero sí puede comprar”, un análisis intelectual que desmenuza el proceso de modernización capitalista. Este libro estuvo disponible para el público a comienzos de noviembre y fue lanzado el lunes 11 de diciembre del año 2017. Esto es, fue vendido antes de la primera vuelta del 19 de noviembre y lanzado sólo seis días antes de la elección presidencial del 17 de diciembre. El día de su lanzamiento todavía merodeaba el resultado de la primera vuelta. No era para menos ya que la votación de la candidata del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, casi alcanza a la de Alejandro Guillier, el candidato de la Nueva Mayoría. A sólo días de la elección presidencial, la incertidumbre y la ansiedad electoral marcaban el ánimo de la audiencia y el ambiente del Centro Cultural GAM, el lugar elegido para el lanzamiento. En esas circunstancias se recibía el libro de Carlos Peña, un texto que con argumentos nítidos y pluma afilada echaba por la borda las presunciones y argumentos que habían sido esgrimidos en “El Otro Modelo”. Intelectuales y políticos inspirados por ese libro – mal que mal fue uno de los fundamentos para el origen y el ocaso de la Nueva Mayoría – fruncían el ceño frente a los argumentos de Peña. Pero el domingo 17 de diciembre del 2017, nuestra democracia dio por ganador a Sebastián Piñera con un abrumador 55%. Muchos quedaron boquiabiertos con este resultado.
A partir de una mirada pluridisciplinaria que pasea por la sociología, la filosofía, la teoría política, la economía, la historia del pensamiento económico, la antropología, el psicoanálisis y la literatura, Carlos Peña busca desentrañar el capitalismo moderno como un fenómeno social para explicarnos a nosotros mismos. Ese es el gran objetivo: dilucidar el nuevo Chile. Y para ello despliega, con rigor cartesiano, citas e ideas claras y distintas bajo una mirada independiente y crítica. El provocativo título del libro, que apela a Michael Sandel refutando de paso su tesis principal, no es más que una excusa para adentrarse en una aventura intelectual cuyo fin es explicar y develar lo que ha sucedido en nuestro Chile más reciente. Un Chile donde, según el Informe Desiguales del PNUD que Peña destaca, más del 60% de la población pertenece a grupos medios.
En efecto, desde 1985 Chile ha crecido, de manera gradual y sostenida, a un ritmo nunca antes visto en nuestra historia republicana. En 1990 Ecuador tenía un ingreso per cápita (PPP) algo mayor al de Chile (USD 4.829 versus USD 4.507). El 2017, casi treinta años después, Ecuador alcanza un ingreso per cápita de USD 11.617 y el de Chile casi se sextuplicó, aumentando a USD 24.635. Sólo basta agregar que en el año 1990 nuestro PIB per cápita representaba cerca de un 18.8% del de USA (Ecuador el 20.2%), y hoy alcanza un 41.4% (el de Ecuador bajó y sólo corresponde a un 19.5%). Este crecimiento, que también nos ha traído progreso en su más amplio sentido, no ha sido casual ni en vano. Y esto último es lo que Peña intenta aclarar.
Peña nos recuerda, tal como lo hicieron Adam Smith y David Hume en el siglo XVIII, que el mercado y el intercambio tienen un sentido social y un fundamento moral. Y que el deseo de distinción (o ser distintos), es uno de los combustibles de la sociedad moderna. Ese anhelo a empinarse, ese “deseo a mejorar nuestra condición que nos acompaña”, como insiste el gran Adam Smith, “desde el vientre hasta la tumba”, es algo que no puede ignorarse ni coartarse. En nuestra sociedad, que ha vivido un intenso y profundo proceso de modernización capitalista, el ideal de autonomía se expande y cobra un valor fundamental. A contrario sensu, la famosa metáfora de los patines del ex Ministro Eyzaguirre y sus desatinados dichos frente al nombre de algunas escuelas subvencionadas, fueron sólo el reflejo de un paternalismo coercitivo que tropezó con el rechazo.
Los fenómenos políticos, sociales y económicos que ha vivido Chile entusiasman y sorprenden a parte de nuestra fauna intelectual. Y todavía inquietan a algunos políticos que ven con preocupación el avance del mercado y la voracidad del consumo. El fin del lucro representó algo mucho más profundo y trascendente que el problema puntual de la educación superior. Fue un grito nostálgico que apeló a vivencias y recuerdos. Fue la nueva emancipación de los abuelos que se unían a los cantos libertarios de sus nietos rememorando un pasado familiar (entendiendo el libertarianismo à la Joseph Déjacque). Fue, en definitiva, el sueño de la justicia ideal que convirtió a algunos padres y colaboradores de la Concertación en plañideros bastardos y apóstatas del período más exitoso de nuestra historia.
Peña nos recuerda que esa discusión que vivimos y debatimos con mayor intensidad y efervescencia durante el gobierno de la Nueva Mayoría no es nueva. Y nos llama a repasar algunas ideas, debates intelectuales y razones detrás de todo esto. Lo que hemos vivido en Chile tampoco es algo único ni excepcional. No hay nada nuevo bajo el sol. Es, como esboza el autor, un fenómeno ampliamente tratado en la historia intelectual que, a mi juicio, encuentra su expresión por antonomasia en el debate de la corruzione (esto es, la interacción entre el interés propio y el interés público).
El 20 de agosto de 1829 Andrés Bello, después de un largo viaje de cuatro meses, le escribe a su amigo José Fernández una carta maravillosa. Aquí narra sus primeras impresiones de Chile: “El país hasta ahora me gusta aunque lo encuentro algo inferior a su reputación… En recompensa se disfruta aquí por ahora de verdadera libertad; el país prospera; el pueblo, aunque inmoral, es dócil”. Quizá todavía hay algo de cierto en el juicio del artífice de nuestra república. Pero la docilidad es cosa del pasado. El ciudadano, más liberal y autónomo, ya no se cree los cuentos con la misma facilidad o docilidad de antes. Y hay muchas razones detrás de todo esto. Por de pronto, junto al florecimiento del concepto de dignitas y todo lo que ello implica, el chileno es mucho más libre y soberano de sus propias decisiones.
En suma nuestro Chile reciente está guiado, como concluye Peña, “por la pasión por los bienes estatutarios, más autónomos e indóciles a las viejas élites, más prósperos pero que también empiezan a experimentar las incertidumbres y desasosiegos de las libertad y la individualización”. El resumen de su propio libro en este espacio nos invita nuevamente a comprender el lado opaco y luminoso de esta nueva realidad. Este contraste se manifiesta en esa individualidad que a través de la dignidad resalta la autonomía y el deseo para mejorar nuestra propia condición. El gran error de la Nueva Mayoría fue ignorar el lado luminoso de un país más liberal y menos dócil, y exaltar su lado opaco a través de una crítica a todo lo que habíamos logrado construir con esfuerzo. Todo esto atizado por el pesimismo rampante de los esenios locales que veían una crisis terminal o el fin de nuestra institucionalidad. El realista y crudo análisis detrás de “Lo que el dinero sí puede comprar” fue un balde de agua fría que, cabe esperar, haya despertado a algunos del sueño dogmático.