Comentario por:
Elisa Walker
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Feminismo y Políticas Públicas
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Quiero partir agradeciendo a Macarena Saez, Marjorie Murray, Lucas Sierra Jorge Fábrega y Pablo Simonetti por haberse dado el tiempo para leer el artículo sobre Feminismo y Políticas Públicas y haberlo comentado. Sus observaciones constituyen actos de generosidad que son fundamentales para el fortalecimiento del debate público en nuestro país, en especial en este espacio donde se promueve la participación de personas con distintas opiniones y que también provienen de distintas disciplinas. En esta misma línea, también aprovecho de agradecer a Diego Gil y a Patricio Dominguez, ambos editores de Intersecciones, por haberme invitado a participar de este foro y promover la discusión sobre el feminismo, en este caso desde la óptica de las políticas públicas.

En cuanto a las observaciones que se hicieron a mi artículo, hay varios elementos para promover un debate, pero esta vez voy a destacar dos aspectos en particular: (1) el debate sobre el marco teórico sobre el que se desarrolla el artículo; (2) la idea de que las políticas públicas no se circunscriben a la dictación de leyes y que la igualdad sustancial también se puede promover con el desarrollo de políticas de orden administrativo.

 

            Feminismo y Liberalismo

Gran parte de las observaciones que se hicieron al artículo sobre Feminismo y Políticas Públicas se detuvieron en la distinción entre lo público y lo privado y cómo se relaciona el liberalismo con dicha distinción y la tensión que genera desde un enfoque de género. Creo que la mayoría comparte el análisis sobre la tensión que esa distinción genera desde un enfoque de género, pero las respuestas a esa tensión son distintas, en particular al rol que le cabe al liberalismo como tradición filosófica que se construye desde esa premisa. Entendiendo las limitaciones que genera en relación con el enfoque de género uno de los comentaristas reafirma la distinción de lo público y privado en el liberalismo. En esta línea se encuentra Lucas Sierra. Él explica que “la relación entre el liberalismo y el feminismo es difícil porque el liberalismo se ha entendido como una orientación moral que tiene sentido en el espacio de lo público, es una moral de la polis, es política.” y frente a la pregunta de si hay que prescindir, entonces, de la distinción público/privado, advierte que “Es una pregunta muy difícil y sobre su respuesta yo tengo dudas. Dudas que, tras leer este texto, no disminuyeron.”

Otros proponen la consideración de tradiciones filosóficas alternativas para dar respuesta al reclamo de desigualdad entre hombres y mujeres, incluso más allá del lenguaje del derecho. Desde esta perspectiva, Marjorie Murray introduce en el análisis la “ética del cuidado”, señalando que “se ha planteado, provocativamente, en las antípodas del contrato social moderno, reconociendo a los seres humanos como interdependientes, y dando cuenta de aquellas relaciones desiguales, dependientes y/o no elegidas, lejanas al voluntarioso sujeto público que sale al encuentro de iguales. Además, como ha indicado Virginia Held (2006), la ética del cuidado se complementa con la de la justicia, si bien han de ser consideradas conceptualmente por separado, atendiendo a situaciones de responsabilidad hacia otros como de derechos individuales en su propio mérito.” De esta forma, incorpora al análisis otras corrientes filosóficas que se diferencian del liberalismo para entender y superar la falta de igualdad entre hombres y mujeres. En la misma línea de Murray de proponer enfoques distintos para el análisis, Macarena Saez también cuestiona el liberalismo y señala que “siguiendo a Eva Kittay, me pregunto cómo sería la construcción del estado si en vez de enfocarnos a la autonomía, aceptáramos que lo que verdaderamente tenemos en común es la dependencia y aspiráramos a un estado que valora el cuidado de terceros. Todos somos dependientes en un momento u otro y la autonomía de algunos solo se logra gracias a que otras personas, generalmente mujeres, han renunciado a sus propias aspiraciones para subsidiar la autonomía de alguien más.”

Finalmente, Jorge Fábrega derechamente dice que la búsqueda persiste y que falta una filosofía política que sustente el corpus teórico del reclamo contenido en el artículo. En sus propias palabras “Las políticas públicas propuestas por Walker no cabe duda que forman parte de un movimiento (un movimiento, por lo demás, cuyas victorias recién están empezando y las más sentidas están por venir), pero siguen siendo un conjunto de iniciativas en búsqueda de una filosofía política (….) Es de esperar que sea este siglo en el cual ese nuevo acuerdo social se consolide no sólo en políticas públicas concretas sino también en un corpus teórico político que nos vincule.”[1]

En cuanto a mi opinión sobre esta materia, hay varios presupuestos y construcciones del liberalismo que yo no comparto, pero creo que no hay discusión pública posible sin tener en consideración esta corriente filosófica, en especial porque en mayor o menor medida ha servido de sustento para la construcción de las sociedades occidentales del siglo XX y sigue indiscutiblemente presente en la actualidad.

Una visión crítica al liberalismo que muestra sus carencias y creo hace un buen diagnóstico que sirve de sustento para promover una forma de relacionarnos distinta a la lógica del liberalismo, es el trabajo desarrollado por Iris Marion Young. Esta autora desarrolla la noción de la opresión, entendida como la restricción institucional sobre el desarrollo personal. Young indica que la opresión se conforma de 5 rostros que pueden interactuar en forma conjunta o individual al constituir barreras en el desarrollo de las personas.  Estos rostros están conformados por la (1) explotación, que representan el acto de usar el trabajo de las personas para producir ganancias y no compensarlas de manera justa; (2) marginación, que es el acto de segregar o confinar a un grupo de personas a una situación social interior sustrayéndolos e los beneficios y reconocimiento social; (3) carencia de poder, que se constituye por aquellos que están sometidos por la clase dominante, condenados a recibir órdenes y con pocas posibilidades de recibir sobre sus propias vidas; (4) imperialismo cultural, que implica adoptar la cultura de la clase dominante como la norma y; (5) violencia, que todos sabemos que tiene múltiples manifestaciones e incluye acoso, intimidación y humillación, entre otros.[2]Este no es el momento para ahondar en cada uno de estos rostros, pero es importante advertir que cada uno de éstos tienen una clara presencia en las dificultades que día a día viven las mujeres en sus vidas, incluidas en las discriminaciones que tienen su origen en políticas públicas reguladas en leyes. Usando estos 5 rostros de la opresión, Young indica que la justicia no debe tener como foco la distribución de recursos (noción de justicia que sustenta al liberalismo), sino que el foco es la eliminación de la dominación. Teniendo presente que comparto la idea de que la distribución de recursos no debiera ser el foco de una noción de justicia, también creo que desde una perspectiva de género, la falta de acceso a bienes materiales es una carencia que limita en forma grave el desarrollo de las mujeres y, por lo mismo, el factor económica debe estar en primera línea de atención por cualquier institución que quiera abordar este tema de interés público.

 

            Políticas públicas más allá de la dictación de leyes

El segundo gran tema que surge de quienes comentaron el artículo sobre Feminismo y Políticas Públicas dice relación con la institucionalidad. En particular, Pablo Simonetti se refiere a necesidad de tener una institucionalidad, dentro del ejecutivo, que se encargue de llevar a cabo la labor de promover una igualdad sustantiva y no meramente formal (destacando también y en forma asertiva que muchas veces las necesidades que experimentan las mujeres también afectan a otros grupos sociales que históricamente han sido marginados, como por ejemplo, diversidad sexual y pueblos originarios). Simonetti nos recuerda que las políticas públicas no se limitan a la publicación de leyes, sino que hay un campo administrativo que también puede promover la igualdad sustancial, señalando que “un tema que requiere innovación constante es el de los incentivos que deben ponerse en juego para lograr esta transformación.”

Al destacar medidas administrativas que han pretendido promover una igualdad sustancial, Simonetti hace referencia a los PMG (programa de mejoramiento de la gestión) de género, los que tienen por finalidad incorporar la perspectiva de género en áreas del Estado que no necesariamente tratan estas materias. Sobre este punto, debo confesar que soy una ferviente promotora de los PMG y  una admiradora de la visión que se tuvo a principio del 2000 para promover el enfoque de género a través de esta medida administrativa cuando este asunto estaba lejos de ser una moda o un tema de interés nacional.

Comparto la inquietud de Simonetti de ver como los PMG se han vuelto una “práctica burocrática, sin corazón, porque las medidas que se toman en cuenta para entregar el incentivo no tienen ni la profundidad ni la dedicación necesarias”, pero creo que esa institucionalidad tiene todo para florecer. De partida, ha promovido la transversalización de este tema obligando a que los Ministerios y Servicios comprendan que el enfoque de género no es una materia de importancia exclusiva del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, sino que debería estar presente en todas las áreas de desarrollo de políticas públicas. Por ejemplo, ha obligado al Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Agricultura a comprender cómo su función tiene un impacto en las mujeres, ámbitos en los que hasta el día de hoy muchas personas no ven el vínculo que esa gestión puede tener en las mujeres. Una medida que se podría adoptar para que esta institución florezca y “vuelva a tener un corazón”, es la de identificar en forma anual necesidades puntuales desde un enfoque de género y ver cómo los Ministerio o Servicio puede contribuir al desarrollo y superación de dicha necesidad, de forma tal que no exista una dispersión en los planes que realiza cada Ministerio o Servicio, sino que la transversalidad tenga un propósito común y concreto que permita abordar en forma comprehensiva un problema particular.

 

[1]En relación con el análisis que hace Fábrega del aborto, en el que explica cómo puede transformarse la discusión de ese tema si no se limita a una cuestión de la esfera de lo privado y del derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, sugiero leer un artículo que publiqué el año pasado en la revista Latin American Legal Studies donde justamente trato ese  y otros temas. Disponible en http://lals.uai.cl/index.php/rld/article/view/49

[2]Ver Iris Marion Young, La Justicia y la Política de la Diferencia, Cátedra Ediciones, 2004.