Reconocimiento por mérito: ¿un techo de cristal para las clases medias?
¿Por qué se pensó que el mérito podía ser uno de los principios fundamentales en una sociedad como la chilena, donde la gradiente de las desigualdades es tan empinada que no todos se lanzan en la carrera de la vida desde la misma línea de partida ni tampoco corren en la misma cancha? Para debatir con el texto de Jorge Atria ¿Para qué necesitamos el mérito?, aplicaremos su reflexión sobre al rol que tuvo este principio en la definición y la identificación de las clases medias en las últimas décadas, como parte de una narrativa positiva de superación. El principio del mérito y el relato del éxito mostraron sus límites en la década del 2010 y quizá fueron sepultados por la doble crisis que atraviesa el país con el estallido de 2019 y la pandemia de COVID-19. Pero ¿la situación actual llevará a que desechemos el principio de mérito junto con el de meritocracia o aún puede ser parte de la brújula social de las clases medias en Chile?
Desde la década de los 1990, con un crecimiento económico de alrededor del 5%, un super ciclo del cobre, y una fuerte expansión de la educación escolar media y superior, hubo un auge de la creencia de que Chile podía llegar a las puertas del desarrollo en base a una mezcla de esfuerzo, trabajo duro y estudio. El resultado en términos de pirámide social sería un trompo: base y cúpula estrechas y en el medio una abultada clase media. En esta success story, el mérito, como derecho a reconocimiento social en base a las acciones o cualidades de una persona[1] pesaría más que la posición de origen de los individuos en la explicación de su trayectoria. Por las favorables condiciones económicas, esto valdría para todos los sectores que venían saliendo de la pobreza o de las clases medias tradicionales golpeadas por la transformación económica de los años 1980. Se podría mejorar la situación propia y la de sus hijos, según el principio de igualdad de oportunidades, que se define como el “principio de justicia individual que estipula que todos los individuos de una sociedad determinada deben tener inicialmente las mismas posibilidades de acceso a todas las situaciones, independientemente de la estructura jerárquica de la sociedad, igualitaria o no” (Observatoire des Inégalités, 2021)[2].
Efectivamente, una parte importante de la población chilena ha experimentado una movilidad ascendente durante un período de más de veinte años (entre el 40 y el 60% según las formas de medición) en Chile. De ahí la sensación de entrar a este grupo de clase media, portador de un imaginario de progreso y estabilidad. Este conjunto del medio, que ya no es pobre, pero tampoco es rico, según definiciones internacionales y gubernamentales, alcanzaría antes de la crisis hasta el 60 o 70% de la población en Chile (Libertad y Desarrollo, 2019; Banco Mundial y Gobierno de Chile, 2021). Existen varios tramos dentro de él y por lo tanto grupos muy disímiles entre sí, desde grupos de trabajadores con educación media e ingresos bajos, hasta trabajadores con estudios superiores e ingresos consolidados. Sin embargo, mirando hacia atrás, desde hace unos diez años, en Chile se ha fisurado el mantra del mérito como herramienta de recompensa o ascenso social: cada vez más individuos experimentaron la sensación de que su esfuerzo no recibía las recompensas monetarias o de reconocimiento que se les había prometido o que consideraban justo.
Los principales frenos han sido ampliamente documentados, muchas veces con la metáfora de la mochila: los sueldos bajos, las extensas jornadas de trabajo, el pago del crédito universitario, el endeudamiento por enfermedad catastrófica, el alza de los precios en la segunda mitad de los años 2010, particularmente de la vivienda, y finalmente, la ineluctabilidad de la perdida de estatus al llegar a la jubilación (PNUD, 2017). Con el estallido, quedó claro que el esfuerzo que se pedía a la clase media era demasiado en relación con las recompensas que ofrece la sociedad. Finalmente, la pandemia es una pesadilla que toca a la puerta de las familias de clase media que, según su relato, “tanto se habían esforzado”: la pérdida del empleo en el largo plazo, la enfermedad, la baja de los ingresos y en última instancia, el desclasamiento, sin un horizonte claro de recuperación.
Si se miran los pilares fundamentales de la integración de las clases medias desde los años 1990, sus tres cimientos son frágiles y ninguno asegura una posición estable, por mucho que se invierta esfuerzo: el mercado laboral, la educación y el consumo. Primero, si bien el mercado laboral ha sido altamente dinámico, en general se trata de empleos con poca protección social y una alta rotación laboral. Antes de la pandemia, la informalidad se mantenía alrededor del 30% de la fuerza de trabajo. Respecto del segundo cimiento, si bien se invirtió mucho en educación escolar y superior, no hay espacio en el mercado aboral para las nuevas cohortes de profesionales, mientras su aumento presiona a la baja los sueldos para quienes no se titulan de las universidades más prestigiosas. Finalmente, el consumo, que establece una fuerte diferenciación con los sectores pobres o populares, se basa en el endeudamiento, en un marco financiero de baja regulación, lo que lleva a una parte de las familias a un endeudamiento elevado, incluso para costear servicios y bienes básicos como educación o salud. Si agregamos que una sociedad que funciona en base al mérito es una sociedad que no discrimina, queda claro que en el camino a la integración y la estabilidad, les ha costado aún más a las personas no blancas, a las mujeres y han quedado fuera de la fotografía las personas discapacitadas, junto con importantes grupos de trabajadores precarios.
Como signo precursor de que el mérito no asegura posiciones justas en la sociedad, el ascensor social se empezó a trabar al final del 2000, cuando se registró una mayor inmovilidad en los extremos de la estructura social (Espinoza & Núnez, 2014). La movilidad ascendente de una generación a otra era más difícil y para las nuevas cohortes, estudiar no aseguraba mejores ingresos que los padres. Ahí pasamos, como lo señala Jorge Atria, de la utopía a la distopia del mérito. Muchas veces, al investigar los discursos de los integrantes de los distintos grupos de clase media, lo que afloraba con cierta rapidez era más bien una fuerte sensación de precariedad y el miedo para resbalar (Barozet, 2017), ya diagnosticado años antes del estallido social. Como señalan Araujo y Martuccelli, emerge la inconsistencia posicional (Araujo & Martuccelli, 2011): con todo lo que me esfuerzo, debería estar en un lugar más tranquilo. Queda la amarga sensación de que ser de clase media, más que un destino era un eterno tránsito inestable (Ortúzar, 2021), para finalmente enfrentar la pauperización en la pandemia.
¿Creen aún los integrantes de las clases medias en el mérito? En los relatos que escuchamos en grupos focales y entrevistas, incluso en pandemia y conforme a lo que señala Jorge Atria, sí, aún creen en el mérito para sostener el relato individual y familiar, pero ya no como principio que ordenaría las posiciones en el conjunto de la sociedad. Cuando la cultura del privilegio de unos pocos les permite reproducirse en las posiciones más altas, está claro que el mérito no tiene los mismos rendimientos para todos. Cuando la misma elite justifica su posición en base al mérito, es probable que este principio toque fondo, siendo vivido como una burla corrosiva por la mayor parte de la población que nació lejos del privilegio (Sandel, 2020).
Pero el principio del mérito, que funciona como parte de la autoestima individual, no es tan fácil de reemplazar por otros valores, como por ejemplo la igualdad de resultados que fue tan relevante para igualar condiciones en el siglo XX, sobre todo para grupos que hicieron lo posible para distinguirse de los sectores que se ubican un poco más abajo. Como lo relata un ciclista activista de clase media entrevistado en el 2020 sobre los principios que deberían ordenar Chile a futuro, lo grafica como un “socialismo individualista”[3]. En este oxímoron, se encuentra la ambigua base del modelo del futuro: un piso social, pero que sostenga el mérito individual.
Emmanuelle Barozet, socióloga, académica del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile, investigadora del Centro de Estudios de Cohesión y Conflicto Social, COES.
Agradecimientos: ANID-FONDAP 15130009, FONDECYT 1211099 y 1190436.
Referencias:
Araujo, K. & Martuccelli, D., 2011. La inconsistencia posicional: un nuevo concepto sobre la estratificación social. Revista de la CEPAL, Issue 103, pp. 165-178.
Banco Mundial y Gobierno de Chile, 2021. Conceptos de medición de los sectores medios y análisis de movilidad descendiente en Chile, Washington: Banco Mundial.
Barozet, E., 2017. Ese gran miedo a resbalar. CIPER, 13 4.
Espinoza, V. & Núnez, J., 2014. Movilidad ocupacional en Chile 2001-2009 ¿Desigualdad de ingresos con igualdad de oportunidades?. Revista Internacional de Sociología, pp. 57-82.
Libertad y Desarrollo, 2019. Hacia una definición de clase media en Chile, Santiago: Libertad y Desarrollo.
Observatoire des Inégalités, 2021. Observatoire des Inégalités. [En línea]
Available at: https://www.inegalites.fr/Lexique
[Último acceso: 24 4 2021].
Ortúzar, P., 2021. Seminario UDP: «La nueva clase media: Una crisis puertas adentro». Santiago, UDP.
PNUD, 2017. Desiguales. Santiago: PNUD.
Sandel, M., 2020. La tiranía dle mérito. ¿Qué ha sido del bien común?. Barcelona: Debate.
[1] Definición sintética en base a diccionario de la Real Academia Española.
[2] Se agrega: “En la práctica, la igualdad de oportunidades es tanto más alcanzable cuanto que esta estructura jerárquica no es demasiado desigual”.
[3] Proyecto Escucha Activa de COES, bajo la dirección de Carolina Aguilera.